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Debió hacer algo. Debió detenerla. Debió negarse a lo que ella quería. Debió demostrar que él decidía lo que haría. Debió decirle que terminarían lo que habían comenzado, y después podría hacer lo que se le antojase. Pero no lo hizo. La dejó ir sin más.

-Estaba enferma, vomitó- se defendía de la voz que le inculpaba, que le reprimía, como si se defendiese en un jurado, con la diferencia de que allí el juez y el acusado eran él mismo.

<<Pudo fingir con facilidad, meterse los dedos en la boca cuando no mirabas>>.

-No, ella no lo haría, ¿por qué debía hacerlo?

<<Quizá te lo vio. Vio tu <<cosa>> podrida, se asustó y se escapó>>.

-No, imposible. No pudo haberlo visto.

<<No lo vio, Deán, sólo estaba enferma y se fue>> repuso otra voz dentro de él, más paciente.

<<Sí, se puso enferma después de que te bajaste los pantalones, qué casualidad>> dijo sarcásticamente.

-Oh, mierda- susurró Deán en su habitación vacía al comprenderlo todo.

Su casa estaba vacía desde que su madre murió al contagiarse de la enfermedad, hacía más de un año. Vivía solo desde entonces.

Deán se había contagiado de la enfermedad dos semanas antes, al ver que su <<cosa>> se estaba pudriendo. Dentro de poco se contagiaría más, hasta que no podría salir de casa. Quizá se pegaría un tiro con el viejo Winchester de su madre.

Moriría, y lo sabía perfectamente, pero antes le haría pagar a Margot por abandonarle, por haber destruido sus ilusiones de que ella lo acompañaría en sus últimos momentos, como en aquellas películas románticas. Pero ahora sabía que no lo haría, que no moriría con Margot a su lado, moriría solo. Sin embargo, antes le haría pagar, a Margot por abandonarle, y a su madre por haberle roto la nariz, y también a su hermana menor, ¿por qué no? Si comienzas un trabajo, termínalo o no lo hagas.

Los mataría, con lentitud, para que sintiera el mínimo de lo que él sentiría por culpa de la enfermedad. No, no dejaría que la enfermedad le matase, antes se suicidaría, y mucho antes mataría a los Jodidos de los No Sé Qué.

-¡Jódanse! ¡jódanse ¡jódanse! ¡jódanse! ¡JÓDANSE!- gritaba, y por cada palabra golpeaba la pared con furia, descargando todo.

Sentía dolor, pero era un dolor satisfactorio, y quería más. Sentía cómo la sangre se deslizaba por sus puños, y quería más. Golpeaba y golpeaba con todas sus fuerzas, y se detuvo cuando escucho un chasquido de algo rompiéndose.

Vio sus puños, que estaban bañados en sangre, y le costaba moverlos, dolía mucho. Pero sentía un dolor diferente. Comprobó sus manos, y encontró el fallo cuando comprobó que no podía mover el dedo medio, y este se movía de un lado a otro dependiendo a qué dirección lo lanzara, cuan un objeto flexible.

También tenía el meñique roto. Y todo por culpa de los Jodidos de los No Sé Qué.

<<Ve por ellos, Deán>>.

Lo haría, y lo haría en ese momento.

Vio por su ventana y comprobó que ya era de noche. Y era luna llena, joder.

Abrió su cajón y sacó una pistola que guardó en sus pantalones, al igual que el cuchillo que cogió en la cocina.

Se iba de casa cuando volvió sobre sus pasos y también cogió una lata de gasolina y unos fósforos, sabía que los necesitaría. Vaya si los necesitaría.

Salió de su casa, en dirección a la casa de los Jodidos de los No Sé Qué.

En el camino canturreó:

-Oh, Margot, dulce Margot, tu príncipe azul ya va por ti. Ya va por ti.

Y se carcajeaba. 

El Visitante OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora