9: Bellum

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Era un día tranquilo en Londres, el frío arrasaba en cada esquina, pero la calidez de las personas no cambiaban.

Ancianos leyendo los periódicos, madres con sus niños, personas atareadas mientras compran un café. Todo ello conformaba parte de la época donde nos encontrábamos.

Tan formidable y tan bello, tan libre y tan fuerte. Los coches iban por las calles, hacia los centros comerciales, compras de reyes.

Tan lleno de tranquilidad.

Mis amigos fueron de compras con sus familias, y yo ya había comprado las cosas para ellos y mis primos hace un tiempo. Mientras que a mi madre le regalé algo antes de que se fuera; un collar azul y rojo, brillante y simple, igual a ella.

Tomé un café mientras pasaba por el parque y oía música mediante un solo audífono. Mis pulmones se llenaban de una brisa fría mientras la bebida se encargaba de mantener el calor, una lucha que disfrutaba por los contrastes.

Mis primos se quedaron en casa para terminar la decoración de día de reyes.

Terminé alquilando unos patines para agudizar el gozo de mi salida para mi sola. Hacía vueltas como podía mientras me reía por las cosas que venían en mi cabeza. Un chico que era instructor de patinaje, me ayudó un poco.

Toda la tarde me la mantuve así, comprando dulces y admirando los paisajes cercanos a mi persona.

Se hacían las cuatro de la tarde e iba por la calle, habían dos grupos en cada cruce peatonal, y me di cuenta de algo. Max estaba en el grupo alterno al mío.

Traté de seguir su rastro, manteniendo la distancia entre nosotros, pero se percató de mi presencia y aceleró el paso, por ende, yo igual.

Luego pasaron muchas personas frente a mí, no pude ver más a Max, hasta que toda la muchedumbre se fue y pude visualizar mejor lo que pasaba.

Mis piernas temblaron, toda la gente que cruzaba la calle con Max hace unos momentos, se convirtieron en una multitud agobiante de capas y capuchas vinotinto.

-No puede ser –susurro-

Empezaron a lanzarme fuego pero encontré un callejón para esconderme momentáneamente. No podía procesar nada, estábamos a la deriva. Todas las personas se enterarían de la magia y además podrían convertir a los mortales en uno de ellos.

Estaba sola, ahora si me encontraba sola, sin ayuda ni protección. Solo deseaba con las ganas más profundas de mi cuerpo que apareciera alguien, que me ayudara y no ser la única bruja en medio de esta guerra.

Luego de unos momentos medité y dije: Si me quieren a mi, me voy a entregar.

Con las manos en alto y el corazón en la garganta, me acerqué al lugar donde la lucha comenzaba.

Los Scelestos miraron a mi dirección y me apuntaron con sus manos pálidas y poco humanas. Me tomaron de los brazos y me llevaron al mismo callejón de antes, solo que esta vez, seis de los tantos Scelestos que se encontraban allí, se colocaron en un especie de círculo, dijeron unas palabras y una puerta apareció ante nosotros.

Cuando pasamos por aquel portal tan raro que apareció ante mi, me fijé que no era como las concurridas calles de Londres, era totalmente diferente; había mucho frío y todo era sombrío. Como si todo aquello fuera una pintura.

Las plantas eran secas y marchitas.

Llegamos a una especie de cabaña, estaba algo desgastada y descuidada, me recordaba mucho a la mansión de esa noche, un frío seco pasó por mi columna al recordar todo lo que pasó ese día.

Me acostaron y amordazaron en una camilla aterciopelada, en ese momento no sentía absolutamente nada. El posible miedo, angustia, ansiedad o nerviosismo, se fue.

Uno de los encapuchados vino hacia mí, y dijo algunas palabras en un dialecto ajeno a mi conocimiento.

Se quitó la capa, era Max.

-Eva... Te hemos traído acá porque eres el empujón que necesitamos para ser una raza pura.

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