11: El Azul de la Razón

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La habitación a la que me dirigió Max era de un color rosa viejo, los rincones tenían lámparas con un lindo estampado de flores. La cama lucía unas sábanas blancas en perfecto estado y una ventana tras de ella con una gran vista al campo, que en ese momento estaba más que oscuro.

Me senté en la cama mirando a Max, sonreía de oreja a oreja por mi expresión de asombro. Se acercó hacia mi y se puso de cuclillas, mirándome a los ojos.

-Con que nadie te comprende ¿verdad? Estás frustrada porque las personas que creías que te apoyarían no lo están haciendo y no quieres estar sola en cuanto se desemboque la siguiente explosión –dice a la perfección mis pensamientos-

-¿Qué hablamos sobre leer mentes? –lo miro, severa-

-No me dirías la verdad de lo que pasa aunque te lo pidiera, admítelo –me mira burlón-

-Bueno, llevas razón. Y es verdad, Damian no me apoya en esto y me entristece porque es lo que me queda de familia mágica –digo explicando lo que Max no pudo descifrar-

-No te preocupes, no debe ser nada. No saques conclusiones, quizás fue solo el shock del momento y el contexto de la noticia –besa mi frente- Duerme, todo se va a solucionar en la mañana. Buenas noches, Eva –sale de la habitación-

Esperaba que todo fuera verdad y que eso solo significaba un pleito de medianoche, el cual se pasaría con el amanecer y sus colores tan únicos.

Me recosté y miré hacia las paredes, ellas hablaban por ellas mismas, sobre su historia y quizás qué giros estaban en las mismas. ¿Porqué yo no podía hablar por mi propia voz?

¿Porqué me escondía de mis verdaderos sentimientos?

¿Tenía miedo a lo que posiblemente venía?

¿O solo era una paranoia del fracaso?

Esas preguntas circulaban como si de pájaros en el alborada se tratasen, dándome la bienvenida a una noche de insomnio. Al día siguiente sentía como si mil diablos entraran y martillaran mi cabeza, creo que era por no tener un descanso tranquilo, pero no quería admitirlo.

Saludé a Max y desayunamos, dijo que a más tardar en la tarde de hoy mismo empezaría la mudanza y le gustaría que al día siguiente lo ayudara a desempacar. Me despedí y fui rumbo a la residencia de mi primo y yo.

Damian estaba en el sofá viendo su serie mañanera favorita; una comedia romántica con unos datos muy interesantes.

-Buenos días –lo saludo dejando mi chaqueta y mochila en el ropero-

-Buenos días, Eva –responde buscando más café-

Lo veía y estaba tranquilo. Debo admitirlo, me gusta verlo tan sereno pero también me pone en gran duda sobre lo que esté pensando o lo que sienta, sin posibilidad de saber.

-Eva, debo decirte algo –dice sentándome en el sillón más cercano- Perdón por lo de ayer, actué de manera muy injusta, y si voy a estar contigo en las buenas y peores, como lo puede ser en una próxima guerra. Pero debes entenderme a mi igual me preocupa los daños que pueden ocasionar y quedarme sin ti o que pierdas a alguien que te importe mucho –dice apenado-

-Aunque no quiera aceptarlo, la guerra está en ascenso, ya no podemos hacer nada para evitarlo. Debemos estar más que listos psicológicamente para poder sobrellevar los estragos que puede haber –lo miro dulce- acepto tus disculpas.

Y así nos quedamos, en un silencio sepulcral pero no tan incómodo.

...

Max me escribió, dijo que había llegado a Londres con el camión de mudanzas. Me vestí rápido y fui hacia la dirección donde me dijo, emocionada.

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