5: Broma Pesada

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Al parecer, algo leyó sus pensamientos, porque de sus manos emanaban grandes cosquilleos que se convirtieron en pequeñas agujas pinchando en lo más cercano de su piel.

Vió sus manos y no eran las que habitualmente tenía, era grises y huesudas. El cosquilleo pasó a través de todo su cuerpo y se tranformó en un ardor casi tan intenso como el que había sentido en breves.

Max cayó de rodillas sobre la húmeda tierra y se abrazó a sí mismo, tratando de amainar la increíble mezcla de frustración y enojo al no saber nada de lo que pasaba. Además del dolor que inundaba sus venas. Sus ojos enrojecieron y se hincharon, como si previamente hubiera llorado o algo por el estilo, su pecho se tornaba grisáceo.

Como todo había empezado, había acabado. Hubo un silencio sepulcral que indicaba que todo paró, que ya no se podía sentir nada, que había pasado lo peor.

O eso se pensaba.

Max se acercó otra vez al espejo y se vió de nuevo como el demonio en el que se convirtió. Sin poder hacer nada por la impotencia del momento, echó a llorar.

-No entiendo nada –dijo con sus dos manos apoyadas a cada lado del opaco reflejo- ¿Qué es este lugar? ¿Porqué estoy aquí?

Sus dudas no podían ser respondidas, no tenía a nadie a ninguna distancia, se encontraba totalmente solo y no sabía como reaccionar.

Otra vez volvía a sentir sus brazos y piernas adormecidos, seguido de su pecho y espalda. El túnel volvía, y no le tomó mucho tiempo para saber que volvería a tener consciencia.

Pero esta vez el túnel tenía algo distinto, esta vez había una luz al final de este, y se sentía tranquilo.

Abrió los ojos pesadamente y vio  que se encontraba en el suelo, y supo que la pesadilla había pasado y que iba a recuperarse.

Se incorporó como pudo y se recostó en el sofá que tenía en su sala de estancia, respiró hondo y decidió vestirse para dar una vuelta, salir de su casa. Quizás un poco más lejos de lo que se esperaba, quizás a Londres.

Buscó la moto que estaba desde hace un tiempo en su garaje, la encendió y el sonido del motor lo terminó de despertar. Cuando montó en ella y vio como la hierba y el pasto se convertía en asfalto, se sintió vivo, sintió que volvía el Max Cooper que vivía en una sociedad.

Se acercó a los parques y recibió uno que otro saludo por parte de personas que solían trabajar con él. Tomó un café y se apoyó en el respaldo de su vehículo.

Suspiró mientras analizaba lo que acababa de vivir hace solo unos momentos. Era imposible que eso haya pasado, debía ser su cabeza en su contra, debía ser el cansancio producto de las largas noches al pensar en la guerra, en los estragos o en simplemente el porqué Eva terminó siendo su hermana indirecta.

Se montó otra vez en su carroza negra con rojo y se dirigió a las afueras de Londres. Pero algo hizo que frenara de golpe, haciendo que casi se caiga de la moto.

Habían entre los tantos árboles de un bosque cercano a la ciudad, unas capuchas vinotinto que reconocería en cualquier lado. Unos Scelestos se escabullían entre la luz mediana de la tarde.

Los seguió a pie como pudo, ya que la moto era lo suficientemente ruidosa para percatarlos de que los seguían.

Pero algo lo desconcertaba, no era posible que los Scelestos siguieran sus actos sin alguien que los dirigiera. Algo andaba mal, y no era solo por el hecho que esa persona iba a ser un ente oscuro, era que alguien estaba suplantando el lugar de Max sin ninguna noticia mediante.

Cuando los Scelestos abrieron el portal; una puerta desgastada de color carmesí con dorado y broches negros en forma de espiral, se había abierto. Llevaron consigo a una persona insconciente y estaban dispuestos a cerrar la puerta, cuando Max la detuvo y pudo seguir con ellos.

Su vestimenta había cambiado, y podía fingir ser uno de ellos y saber quién carajos se encargaba de las transformaciones, quién estaba detrás de todo esto.

Pero sintió de nuevo la angustia en su pecho, un sentimiento paralizante. Esto era lo que lo distanciaba de la verdad, una sensación tan desagradable que ni siquiera el más valiente podría con ella, una emoción hueca.

Max no pudo soportar su malestar y volvió a Londres, salió por un callejón a los adentros de la ciudad. Se acomodó una chaqueta de cuero y caminó como si nada por las calles, en busca de su moto para poder volver a su casa, y olvidar todas las cosas pasadas ese día. 

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