8: Cara a Cara

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Pasamos los siguientes días pensando en frío, avisé a mis primos. Ibamos a ir a esa casa de nuevo.

No tenía nada de miedo, más bien coraje de saber qué hacían en ese lugar. Que no sepas quién eres en un ligero parpadeo, y que de repente sientas escalofríos, indicando que algo malo pasa, pero no sabes el qué, porque tu conciencia duerme.

Vine a Londres por un curso, y ahora me voy a enfrentar a un culto. Es algo que jamás me habría imaginado.

Fuimos a paso seguro hacia aquella residencia, sin miedo, solo la sombra de nuestra valentía destellaba entre las lámparas que anunciaban la media noche. Mi respiración se agitaba, estaba segura que algo iba a pasar, pero al no saber si era malo o bueno, la curiosidad crecía en mí.

Pasamos la reja y nos miramos unos a otros, decíamos por nuestras miradas que nos preocupábamos, que queríamos estar bien al final de esta aventura. Entramos al recinto y estaba intacto, tal como lo dejamos, pareciera que ni la más pequeña brisa había atravesado los barrotes de las casi inexistentes ventanas, algo nos aguardaba.

Nos separamos en grupos; Charlie, Damian, y mi persona por un lado. Aby, Steve y Ted por otro, esta vez mis primos y yo elegimos ir al sótano, y los demás a la última planta.

Ya no nos importaba la decoración o quizás las fotos viejas que podían esconder el pasado, la historia de este lugar. Nos importaba la memoria de otras personas, los recuerdos que se desvanecen por la ambición creciente de la llamada maldad.

Cuando bajamos, vimos un escenario grotesco. Todo lo que podía ser el inmueble de arriba, se convertía en una camilla vestida de un color vinotinto intenso, y se encontraban allí las siluetas de los que parecían ser los Scelestos; aquellas personas desalmadas que borran la memoria de quién menos lo merece.

-¡Hey! ¡Suelta a ese chico! –gritó Damian-

Vislumbré quién era y mi estómago se hizo nudo, era Ted, tenían a mi mejor amigo.

Una mezcla de furia e impotencia creció cada vez más,a tal punto en el que cerré los puños. Sentí cosquillas en ellos y luego vi la ventana con barrotes al fondo de la habitación. Había una flor azul, tan delicada que no concordaba con el escenario antes establecido.

-Eva –dijo Charlie tomándome del hombro- Cálmate o nos descubrirán.

Hacía caso omiso a lo que me decían, entonces lo vi, había una luz cercana pero no eran nuestras linternas y mucho menos la luz de las posibles velas. Eran mis puños, brotaban chispas de fuego. No me dio la cabeza para pensar en qué pasaba o lo que iba a hacer, pero apunté a las máscaras de esos villanos.

Taparon sus caras con las mangas de sus túnicas, las había derretido, sus máscaras habían caído al igual que el poco valor que tenían.

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