13: Razones...

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Punto de vista: Max

Luego de ayudar a Eva y su primo a salir de ahí, los acompañé hasta su residencia, estando alerta a cualquier indicio de un próximo ataque.

Porque lo que acababan de experimentar era un producto de los Scelestos, un tipo de magia oscura que aunque no hace daño físico en un primer momento, vuelve loco a la víctima si no se saca de ahí pronto.

Le pedí a Eva poder llevarme el collar para detallarlo a solas, y poder ver sus cualidades ocultas con suerte. Llegué a mi casa y al entrar me invadió la luz procedente de la cocina, quien estaba prendida a voluntad.

Posé la cadena en mi mesa de estudio y me quedé mirándola fijamente, como si esperara que saliera sola la respuesta a mis dudas con respecto a lo que puede significar.

Segundos, minutos, horas... Pasaban más rápido que la otra sin alguna pizca de piedad a mi paciencia.

Bufé.

Debía ser una simple casualidad, no había nada, ni una foto ni un comienzo para resolver algo en concreto. Estaba inconcluso, pensé que a lo mejor solo era un artículo que tenía una forma muy semejante a las preocupaciones de Eva y ya está, ya que parecía estar intacto a cualquier roce o uso.

Lo tomé en mis manos una vez más, su belleza era lo que más se podía anhelar y pensar; un listón suave de plata, y en medio de éste una flor azul con muchos petalos, detallados con gran delicadeza, y a uno de sus costados, daba la posibilidad de abrirse de par en par.

Lo abrí con cuidado, como si pudiera ser una flor real y tuviera miedo a arruinarla. Su fondo estaba hecho de una tela roja viva, y a cada toque se sentía de manera diferente, pero esta vez no me sentía bien, sino raro.

Me abrió el alma y no sabía el porqué.

Por primera vez me fijé en mi alrededor y eso fue lo que me hacía sentir raro, no estaba en mi casa.

-Pero ¿qué pasa últimamente que cambia todo de escenario? –digo bufando- bien bien, ¿qué sucede? ¿Qué más debo ver?

La oscura profundidad se había convertido en una luz que ni con lentes de sol era posible de sobrellevar. Las ramas deshechas y quemadas se habían convertido en unas suaves plantas floridas y con colores sin igual, me dejaba estar en paz.

-Tal vez no es tan malo –miré todo, parecía un niño en una dulcería, atento a todas las nuevas cosas que apreciar-

Los pastizales estaban inertes, teñidos de un amarillo cobrizo que daba el aspecto que era oro, pero solo era una ilusión que despejaba quizás que secretos en ese lugar.

No era posible, era totalmente surrealista lo que veía. Era un paraíso, el primero que divisaba desde mis comienzos como Scelesto, mi comienzo en las artes malignas.

Siempre fuimos una raza subestimada, al mezclarnos con los mortales pasamos desapercibidos, nos camuflamos en vez de luchar nuestra verdadera identidad, pero lastimosamente nos criaban para creer lo que nos dijeran. Nos criaron para ser ignorantes y analfabetas al no estudiar a la raza contraria, aquella que se encontraba en un lado algo lejano al nuestro.

Para nosotros no hay familia, no hay amor que valga para forjar un núcleo estable entre nuestros cónyuges. Solo existe la mafia, la oscuridad y el poder que nos invade para llegar a ser el superior de todos.

Los hijos, los verdaderos herederos de un Scelesto suelen tener una infancia perdida, porque sus padres lejos de darle cariño, le daban órdenes que acatar con solo unos pocos años de vida, sin nada que saber al respecto de lo que se habla.

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