Tomé el coche de Charlie a toda marcha, me había olvidado hasta de las llaves del departamento y un abrigo, pero eso lo resolvería después, por ahora, Max a salvo ocupaba mis pensamientos.
Supe que lo que decía Max no era mentira cuando vi que las calles estaban de nuevo totalmente solas, los semáforos cambiaban de colores simultáneamente y el alumbrado público no funcionaba. Si no era conjunto de la emergencia de Maxwell, se acercaba un apocalipsis.
Espera, eso ya pasó.
En fin, que nada funcionaba como era debido, que todo apuntaba a que la magia estaba de por medio. Los parques estaban solos, las tarimas donde habían espectáculos callejeros cada noche estaban desolados por primera vez.
Eso me dio la señal de pisar con más seguridad el acelerador. Contaba el número de departamentos como si fuera un código para una clave, aunque eso era, prácticamente.
Cuando llegué a la puerta del departamento de Max, toqué como ingenua, pensando que todavía el chico me podría abrir, hasta que me di cuenta que en realidad estábamos en una situación crítica.
Empecé a golpear con mi hombro la puerta, tratando de abrirla, para después usar magia para derretirla. Nada funcionó.
Se me ocurrió algo en el momento.
Agarré el pomo de la puerta y lo giré. La puerta se abrió, en verdad, un día de estos voy a dejar de hacer estupideces.
Vi todo normal, no veía señales de magia, forcejeo, batalla o algo por estilo.
Subí las escaleras del departamento, los últimos escalones chirriaban al pisarlos, y eso me asustó en un primer plano.
Los murmullos mientras avanzaba se acercaban, estaban al final del pasillo, en la habitación principal. La voz de Max se oía a tiempos específicos, y no tenía gran volumen, estaba cortada y tímida.
Es la primera vez que oigo a Max tan aterrado.
Las puertas de las demás habitaciones estaban cerradas, como si quisieran que fuera a una en particular, querían que fuera a esa donde Max estaba pidiendo piedad y dudando de sí. Cuando llegué a aquella habitación, solo estaba a un paso de saber qué pasaba.
Quizás lo que he estado anhelando saber tanto tiempo estaba del otro lado, me aguardaba un destino en común. Nada bueno podía salir en un principio, salvo saber quién estaba tan interesado en hacer las vidas miserables.
La puerta yacía entreabierta, con cualquier soplido de aire podía abrirse de par en par.
Tomé una respiración profunda mientras abría para ver la habitación, preparada mentalmente para peleas mágicas. Max sin duda estaba, con una cara contorsionada, producto del terror y suspenso que lo aguardaba. Habían múltiples túnicas que guardaban identidades sanas e inocentes, de espalda, mirando de manera fija a mi hermano.
Traté de hacerles ilusiones discretas a los Scelestos, pero lastimosa y lamentablemente no funcionaron, salvo que sirvieron para los criminales a darse cuenta de mi presencia.
Mi momento de reaccionar caducó en menos de lo que esperaba, porque los Scelestos me tiraron junto a Max para tenernos a los dos como rehenes, éste me atrapó en mi caída para evitar daños. Me asusté al pensar en lo que podían hacernos viéndonos de manera tan vulnerable. Creo que mi mente por fin decidió despertar, porque pude notar como los mechones de pelo que estaban cerca de mi cara se volvían un arcoíris, cambiando de color cada segundo.
Max me miró, su cara tenía una expresión de culpa plasmada, como si se sintiera culpable por lo que ha hecho, de llamarme y decirme que fuera hacia donde estaba. Y para saber eso no se necesita el don de leer mentes.
No podía creer que de nuevo me sintiera así, pero no tenía nada para este preciso momento, estaba sola, sin protección, y dudaba mucho de que más Phantasiaes o mi primo llegaran a ayudarme, ya que fui por voluntad propia a aquel lugar.
Las túnicas vinotinto se acercaban a nosotros como buitres buscando presa. Cuando uno de ellos se separó del resto, era el líder de todos estos, porque su vestimenta se diferenciaba solo por algo. Era la misma que Max usaba para las transformaciones, la misma que vi el día del colapso.
No era muy diferente a las otras túnicas, solo que esta no tenía los bordes dorados, solo estaba roja y tenía un cinturón negro, con un talismán de su raza, el cual era la forma de su máscara.
Nos miraba de forma siniestra, levantó una de sus manos. Nosotros cerramos los ojos pero no hubo ninguna muestra de violencia física (todavía), solo que se sintió como si nos sumiéramos en un portal.
Una luz y un golpe nos indicó la llegada al lugar del encuentro. Era un lugar tan lúgubre como unos meses atrás, solo que no estábamos conscientes. Los maleantes llegaron más después, mostrando un color más vivo que las tinieblas.
No sé si era producto del susto, o el simple hecho de saber que solo estábamos nosotros en esta batalla, pero sentí que el corazón se iba hacía mi garganta, mi corazón era lo único que marcaba sonido, lo único que rompía el silencio.
Max se acercó a mi, comportándose como un protector, y yo a él. Nos cuidábamos la espalda mientras esperábamos cualquier indicio digno de guerra.
Esta vez, el mismo Scelesto que nos mandó a este lugar, dio unos pasos más decididos al frente, pero no hizo nada, no se inmutó. Solo bastaba su cabeza fija en una dirección para entender que nos miraba, analizándonos y disfrutando de nuestro sufrimiento, de como estábamos confundidos.
Un mechón color platino se escapó de los pliegues de su túnica, Max me miró sorprendido, indicando que era la misma persona que irrumpió en mi privacidad hace tan poco.
Sus manos se escaparon de las largas mangas de su vestimenta y se descubrió incluso la máscara. Hasta los demás Scelestos se echaron para atrás, estupefactos de quién se trataba.
-¿Mamá? –dijo Max-
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Phantasiae
FantasyEva Collins, una chica de 16 años va a Londres para hacer un curso de fotografía y cine. Más adelante en su estancia, se entera de cosas sobre su familia y ella misma que la dejarán en gran duda sobre su origen. ¿Te atreves a acompañarla?