Adiós María.

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Un año feliz, doce meses, 365 días, eso fue todo, ni un día más porque ella se fue, después de decirme que se quedaría siempre se fue y no volvió, nunca volverá.

-¿Por qué?¿ Por qué ella?- decía furioso en los brazos de Laura, ella lloraba y me miraba preocupada.

-Cálmate Roi por favor, tienes que calmarte...

-¿Cómo quieres que me calme?- grité entre lágrimas-esto no es justo.

-Mi niño por favor, sé que no es justo...sé que no lo es- dice acariciando mis mejillas.

No puedo ni creerme donde estoy, no entiendo lo que está pasando, mi mundo se ha derrumbado por completo, Mía ya no está y yo estoy en un puto tanatorio lleno de gente charlando como si nada de la chica de los deportes, de lo joven que era, de lo guapa que era, mirándome con lástima y algunos sorprendidos pensando que hacía aquella chica tan preciosa y prometedora con un payaso como yo.

Sus padres están destruidos, su madre ni siquiera está aquí, está ahí sentada, pero realmente no está aquí, es comprensible ¿Quién querría estar aquí?. Mi hermano me sujeta fuerte el hombro intentando trasmitirme la fuerza que él mismo no sabe si tiene, Hugo la adoraba. Pasa gente, te habla, te abraza, te da la mano pero tú no les ves, no les oyes, no les sientes, simplemente te mueves como un autómata, les das las gracias, les abrazas, les das la mano pero no sientes nada, absolutamente nada.

Laura no me ha soltado, lleva dos días sin soltar mi mano, mi niña, la que más sufre por mí junto a mi hermano, la que realmente sí me acompaña en el sentimiento, si no fuese por ella ni siquiera estaría aquí. Fue ella la que llegó corriendo al hospital desesperada en cuanto se enteró, la que me sujetó fuerte de la cintura cuando destrozaba con rabia mis nudillos contra la pared hasta que la sangre empapó los puños de mi camisa.

Laura fue la que me llevó a rastras a casa junto a Hugo aunque yo me negaba a separarme de ella, la que sostuvo mi cabeza en el baño cuando empecé a vomitar lo poco que tenía en el estómago, la que me ayudó a vestirme con aquel estúpido luto que me llenaba de ira. Ella me metió en el coche para venir aquí entre mis súplicas y mis no puedo, sabía que debía estar allí, sabía que no me lo perdonaría si no fuese.

De repente siento una mano en mi espalda, una de muchas sí, pero esta sí la siento, esta sí me reconforta, levanto la cabeza y ahí está, llora, llora sinceramente y yo me rompo al verla y Laura, después de dos días sin hacerlo, ahora si me suelta la mano.

-Roi...no.

-Miri...- digo antes de lanzarme a sus brazos.

-No, no, no Roi- dice una y otra vez mientras acaricia mi espalda y yo me derrumbo en sus brazos- no sabes bien cuanto lo siento Roi...

-Lo sé Miri, sí que lo sé- ella me abraza fuerte y rompe a llorar de nuevo.

Allí entre mi niña y Miri, las dos sujetándome con fuerza las manos, con la mano de mi hermano en mi hombro me despedí de Mía, mi chica, la mujer de mi vida, la que había venido para quedarse pero no pudo, o más bien no le dejaron.

-Roi hijo...- me dijo su padre deshecho- ya nos vamos- me abrazó y yo le abracé tan fuerte como mis fuerzas, que eran bien pocas, me lo permitieron.

Luego me acerqué a su madre, aún seguía ausente con la mirada perdida, sin expresión alguna, puse mi mano en su hombro y enseguida me miró y sus ojos se llenaron de lágrimas y se abrazó a mí.

-Hijo...se nos fue mi María, tu Mía- dijo entre sollozos.

-Mari Carmen...- no pude decir más, me hundí en su pecho llorando, imaginándome el pecho de mi madre, ese que necesitaba tanto en este momento.

-La hiciste muy feliz hijo, nunca fue tan feliz y no te puedo estar más agradecida- dijo soltándome y se marchó.

Yo me dejé caer en cuanto ella me soltó, ya no tenía fuerzas, estaba agotado y las piernas me fallaban pero ahí estaban ellos para sostenerme, mi niña, mi Miri, mi hermano.

-Vamos mi niño, vamos a casa-me dijo Laura dulcemente.

-¿Qué casa? No, no, ella no está allí...-dije fuera de mi- yo quiero estar con ella...Hugo- le decía suplicante a mi hermano que me miraba hundido incapaz de hablar quizás sabiendo que no había nada que pudiese decirme que realmente me consolase.

-Roi...vamos- me dijo Miriam desencajada acariciando suavemente mi mejilla.

Finalmente me dejé llevar, tampoco tenía fuerzas para oponer resistencia, me llevaron al coche y fuimos en silencio a casa, mi hermano conducía y Laura iba conmigo agarrando mi mano de nuevo, no quería soltarme, Miriam no estaba pero cuando llegamos la vi bajarse de su coche, nos había seguido.

-Miriam...-le dije agotado, ni siquiera tenía fuerzas para hablar.

-Estoy aquí Roi...siempre voy a estar- dijo cogiéndome fuerte de la mano, yo apoyé mi cabeza en su hombro hasta que entramos en casa.

Ya no recuerdo más, el agotamiento, el llanto y el dolor me habían dejado en un estado casi inconsciente, recuerdo los dedos de Miriam entre los mechones de mi pelo, recuerdo la mirada triste y compasiva de mi hermano, recuerdo a Laura besando mi frente, es todo lo que recuerdo. No sé el tiempo que pasé así, simplemente un día me levanté de la cama, recorrí cada rincón de la casa recordando a Mía, ya no estaba, se había ido.

-Roi tienes que comer algo- dice Laura a mis espaldas.

-No tengo hambre-dije sin girarme.

Observaba la habitación de sus padres, el collage con sus fotos, ese que esperaba con ansias llenar de nuevas imágenes, con los recuerdos de la nueva familia que estábamos empezando a ser.

-Roi...-dijo con la mano en mi espalda.

-No quiero comer hostia- le grite furioso.

La oí llorar pero no me giré, me quedé ahí de pie mirando sus fotos pensando en todas las ilusiones que se habían roto aquella tarde. Creo que pasé horas allí sin mover un solo músculo, recordando a Mía y todo lo que habíamos vivido a pesar del poco tiempo tuvimos, todos nuestros viajes improvisados, nuestras alocadas aventuras, todas las risas y susurros que aún retumbaban en esas paredes, pero ya no había lagrimas, quizás se me habían acabado.

Bajé a la cocina arrastrando los pies y allí estaba Laura sentada ante una taza de café, pensativa y con unas ojeras que le llegaban prácticamente a la comisura de sus labios, me miró intentando dibujar una sonrisa pero no era capaz.

-Mi niña lo siento...- dije acercándome a darle un beso en la frente.

-No tienes que disculparte, no conmigo Roi, tú eres mi chico favorito ¿recuerdas?

-Sí Laura...lo sé- dije en cuanto me senté- no creo que pueda con esto...

-Si vas a poder, es duro pero vas a poder Roi, ¿me oyes?- me dijo seria cogiendo mi mano de nuevo- sabes que yo nunca me equivoco- ni ella misma sonaba convencida de ello y yo...yo pensaba que esta vez, por desgracia sí se equivocaba.


Pasaron las semanas, luego los meses y el dolor se hacía algo más soportable pero no desaparecía, nunca iba a desparecer. Mi hermano estuvo conmigo todo el tiempo, Laura venía a verme siempre que podía, Miriam me llamaba a menudo y mis amigos intentaban sacarme de casa pero no lo conseguían así que se instalaban en mi salón día tras día con unas cervezas y jugaban a la Play mientras yo estaba en mi mundo, en mis recuerdos, donde ella estaba.

Volví altrabajo, volví a mi rutina pero no volví a ser el mismo, simplemente fingíapara no despertar lástima, lo odiaba, ya había pasado por ello cuando mis padres murieron años atrás. Así que fingía, fingía en el trabajo, fingía con misamigos e incluso fingía conmigo mismo cuando llegaba a casa, me sentía un muñeco,un ser inerte, sin alma. A veces dudaba si el que había muerto enrealidad en aquel coche era yo, ¿estaba muerto?, me lo preguntaba a menudo, creo que  al menos una parte de mí sí lo estaba.

La vecina tocapelotas y el gilipollas de enfrente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora