Solo quiero estar aquí contigo.

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Está empapada, temblando y llora desconsolada intentando hablar pero le es imposible. Yo la abrazo fuerte y ella se acurruca en mi pecho mientras yo dejo leves caricias en su espalda, poco a poco se va calmando. Parece agotada, cierra los ojos y se agarra fuerte a mi cuello mientras se deja caer sin apenas fuerzas, la cojo en brazos, la acaricio suavemente y en pocos minutos se queda dormida, la llevo a la cama y la observo un rato, realmente es preciosa.


Me levanto del sofá hecho polvo, me ha destrozado la espalda pero bien, estoy preocupado desde anoche, apenas pude dormir. No sé que le ha pasado pero estaba hundida, nerviosa, llorando y no fue capaz de decirme ni una sola palabra.

Me pongo a preparar el desayuno, mi Cola cao calentito, y hago un café para Miriam, supongo que lo necesitará cuando se levante. Estaba ensimismado, pensando en mis cosas cuando unas manos rodean mi cintura por detrás, yo pongo mis manos sobre las suyas dejando suaves caricias mientras ella apoya su cabeza en mi espalda y me aprieta más fuerte. Enseguida me doy la vuelta, agarro su cara entre mis manos y le beso la frente, tiene mala cara pero me dedica una tierna sonrisa antes de volver a refugiarse entre mis brazos y yo no puedo más que rodearla de nuevo con mis brazos.

-¿Qué pasa Miri?- le pregunto casi susurrando, ella suspira, por un momento pienso que va a comenzar a llorar.

-Nada.

-Es evidente que nada no es...

-No quiero hablar...solo quiero estar aquí contigo- me dice sin moverse un ápice.

No voy a mentir, es la frase que más me podía emocionar que saliese de sus labios, yo no deseaba otra cosa más que estar con ella, pero no así, era evidente que algo le había pasado.

-Venga Miriam...¿por qué estás aquí?

-¿Quieres que me vaya?- me dijo separándose de mí y mirándome triste.

-Claro que no...ya sabes que no- la abracé de nuevo, no quería que se fuera, me daba igual lo que hubiese pasado o porque estaba allí, lo que más me importaba es que estaba.

Cuando le pareció conveniente me soltó, nos sentamos a desayunar y a hablar como si nada hubiera pasado, como si nada la atormentase. Pasamos la mañana riendo en el sofá, tocando la guitarra y viendo un estúpido programa de reformas en la tele, a los dos nos encantaban, acurrucados y entre caricias, sé que las necesitaba.

-Bueno Miri, lo siento pero te tengo que dejar tengo que ir a la radio ya- dije levantándome del sofá, aunque lo que menos me apetecía era separarme de su lado. 

-Aquí te espero- dijo ella, yo me quedé sorprendido, no entendía muy bien qué hacía allí pero parecía que no pensaba irse- bueno...si quieres- dice bajando la cabeza.

-Claro, sabes que puedes quedarte cuanto quieras pero...en algún momento me vas a tener que explicar qué te pasa Miri- dije serio.

-Lo sé...- dijo cabizbaja-que te vaya bien en el trabajo Roi- dijo sonriente, cambiando su totalmente su expresión, yo le sonreí pero estaba muerto de preocupación, era evidente que ocultaba algo, que no estaba bien.


Entré en casa más contento de lo habitual, sabiendo que ella estaba allí esperándome, no hice ruido, la oí en la cocina, parece que estaba preparando algo para cenar y la miré un buen rato desde la puerta. Llevaba mi camiseta de la emisora que, aunque le quedaba enorme, dejaba bien a la vista la mayor parte de sus impresionantes piernas. Cuando salí de mi trance me acerqué sigiloso a ella por detrás y la agarré de la cintura haciéndole pegar un salto.

-¡Dios Roi!, casi me da un puto infarto idiota- dijo cabreada.

-Perdón, perdón...pero no te enfades Miri- le digo aún agarrado a su cintura, ella no contestó.

La vecina tocapelotas y el gilipollas de enfrente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora