Maravilloso caos.

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-¿Otra vez Roi? Por dios que lo vas a asustar-dice ella al abrir los ojos y ver mis lágrimas.

-Dios es que...- le contesto avergonzado tapándome la cara con las manos.

-Eres más tonto...y más adorable- sonríe apartando mis manos y limpiando mis mejillas- si nos damos prisa podemos darnos una duchita antes de que se despierte-pone una mueca traviesa y acaricia mi cuello.

-Tarde...

-¡Roi!- grita Hugo subiéndose a mis piernas y llenándome la cara de besos-¿no estás contento?-pregunta triste al ver mis ojos.

-Claro que sí, ¿por qué lo dices?

-Estás llorando-hace un puchero al borde de las lágrimas.

-Eh no peque... a veces la gente llora de felicidad ¿sabes?

-¿sí?- pregunta con una leve sonrisa.

-Sí y yo estoy muy, pero que muy feliz ¿a que sí Miri?

-Sí peque- acaricia su espalda- y acostúmbrate porque Roi es un llorón-sonríe haciendo reír a Hugo.


Después de una larga y difícil despedida nos montamos en el coche para encaminarnos a casa, a nuestra nueva vida, a una nueva etapa que nos emocionaba por igual a los tres, aunque el miedo lo llevábamos por dentro, miedo a no saber cuánto tiempo teníamos. Tardamos en arrancar ya que me empeñé en poner la silla de Hugo yo solito mientras mi hermano se reía por mi torpeza y mi cabezonería.

El peque pasó el camino durmiendo aunque los primeros kilómetros estuvo parloteando sin parar emocionado por su nuevo cole, por tener una habitación para él solo, por visitar el estudio y por conocer a Sofía,  de la que yo le había hablado tanto. Miriam se resistió un poco más repasando la lista de tareas que me había encomendado este último mes, dudando que hubiera hecho todo como debía hacerse. En otro momento me habría enfadado pero entendía su nerviosismo así que me limité a cogerle la mano de vez en cuando y asegurarle una y otra vez que todo iría bien.

-Miri...Miri venga, ya estamos en casa-no me quedó más remedio que despertarla, normalmente la habría cogido en brazos para meterla en la cama pero con Hugo y la cantidad de cosas que traíamos en el coche era misión imposible.

-Sí...ya voy-dice desperezándose- yo cojo a Hugo-se apuró a decir con una sonrisita.

Mientras Miriam metía al peque en la cama y revisaba que todo estuviese en orden yo bajé las maletas y demás bártulos del coche, luego me di una ducha para ponerme el pijama, estaba agotado. Al ver que ella no volvía fui a buscarla al cuarto del niño, allí estaba sentada en una pequeña butaca verde al lado de su cama mirándole emocionada.

-¿Quién es la llorona ahora?- le pregunté bajito, ella me miró molesta pero enseguida se levantó y se enterró en mi pecho así que la cogí en brazos y caminé hasta nuestra habitación.

-La habitación ha quedado bonita...- admite mientras la desnudo para ayudarle a ponerse el pijama.

-¿Acaso lo dudabas? Que poca fe tienes en mí.

-No he creído en nada ni nadie en toda mi vida más de lo que creo en ti- afirma totalmente seria agarrando mis mejillas, la beso ¿qué más puedo hacer cuando me dice cosas así?

-Venga a dormir- la meto en la cama cuando termino de ponerle el pijama- mañana se vienen curvas.

-Va a ser gracioso ver cómo nos las apañamos-sonríe tierna, no sabía bien la razón que llevaba, no se hacía ni una ligera idea. 

El despertar fue un completo caos, abrimos los ojos y lo primero que vimos fue a un pequeñajo de ojos verdes saltando histérico sobre nuestra cama, repitiendo sin parar que era hora del desayuno, que tenía hambre, que no quería llegar tarde al cole y que éramos unos vagos.

La vecina tocapelotas y el gilipollas de enfrente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora