Introducción

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El olor a antiséptico inundaba mis fosas nasales. Empezaba a creer que por días, ese olor sería lo único que captaría mi olfato. Demasiadas horas en el hospital, demasiados días.

Papá movió ligeramente sus dedos, levante la vista, encontrándome con sus profundos ojos verdes. La comisura de su labio se elevo por unos segundos. Arrastre mi silla mas cerca de la camilla, con cuidado de no hacer mucho ruido. Tome la mano helada de mi padre entre las mías, con la esperanza de calentarla.

—Eres lo mas hermoso que he hecho en mi vida —dejé mi mirada baja, evitando que viera las lagrimas que se acumulaban por décima vez en mis ojos aquel día—. Éire.

Un sonido gangoso salió de mi garganta, me apresuré a pasar los dedos bajo mi ojo para quitar cualquier rastro de agua que hubiera logrado escapar.

—Ninguna parte de mi cuerpo en estos dos años, me ha dolido más, que el saber que te voy a dejar sola, mi niña. —Sentí mis labios comenzar a temblar, y al saber que no iba a poder controlarlos, los mordí con fuerza.

—No deberías estar esforzándote para hablar. —murmuré.

Un acto tan cotidiano como hablar tomaba cada gramo de fuerza del cuerpo de mi padre, pero no era por ello que le pedía parar. Los últimos días parecían que mis lagrimales estaban conectados con la débil voz de él, cualquier palabra que emitiera, por mas común que fuera, rompía un pedazo de mi corazón en mil cachitos. Su voz había pasado de ser grave y estruendosa a un susurro agudo y débil.

Pasó el tiempo suficiente para creer que papá se había quedado dormido, estaba por separarme de él para dejarlo descansar cuando volvió a hablar.

—Cuando Cady se fue, me refugie en el fútbol, lo sabes —Que si lo sabía, había pasado la mitad de mi vida en el Grand Montagne, desde los dos años para ser exactos, por supuesto que lo sabia—. Me ayudo a no pensar en ella, cuando acordé, ella ya era un recuerdo muy lejano.

No lo interrumpí, aunque nunca me había gustado hablar de mi madre, dejé que continuara a lo que fuera que quisiera llegar, dado que rara vez tocábamos el tema de la huida de Cady.

—Ayer estuvieron aquí León y Sam —Repase con la vista al rededor del cuarto, extrañada por el cambio de tema. No había mucho que ver, mas allá de la maleta con pertenencias de papá, la habitación seguía siendo de un insípido blanco. No era la primera vez que a papá se le iban los cables tampoco, y pasaba de hablar de una cosa a otra—. La universidad te ayudara a seguir adelante, hija, pero creo que la barra podría mantenerte ocupada, sería lo mejor para después de mi muerte, no pensar tanto en ello.

No conteste, principalmente porque mi garganta tenía un nudo enorme al recordar lo poco que faltaba para decir adiós a mi padre. No importaba cuanto tiempo llevara sabiendo que ese día llegaría, nunca iba a estar lo suficientemente preparada para su muerte.

—Los chicos creen que podrías llevar bien las riendas de Los del infierno... —me incorporé despacio, con el ceño fruncido ¿riendas? —Y sabes que todos te aprecian mucho... —¿riendas?—. Quedará mi lugar vació y todos creemos que tú lo llevarías mejor que cualquier...

—Papá, papá —solté su mano, para hacer tiempo fuera con las mías— ¿De qué rayos estas hablando?

Solo había una palabra repitiéndose en mi mente: Riendas.

Riendas en Los del infierno.

Un lugar vacío.

Riendas.

—Serías una excelente líder, hija —su susurro fue irrumpido por una estruendosa tos, mire el monitor para asegurarme que no fuera necesario llamar a una enfermera, papá dejo de toser unos segundos después—. Piénsalo, las mejores ideas para las bienvenidas del equipo fueron creadas por ti, el canto de A una sola voz, también se te ocurrió a ti, y es el mejor que Los del infierno han tenido por un largo tiempo...

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora