Hubo un problema, de hecho. Cuando Samir se dio por vencido y acepto que podría colgarme el titulo de líder. A la barra en general le valió cacahuete, pero, como habría predicho Sam, a los chicos, mejor conocidos como sus lame huevos, no.
Las reuniones de la barra solo eran tres por torneo. Una al empezar, una a la mitad y otra al finalizar. Cuando Ocaso llegaba a la final, se sumaba otra. Íbamos en la estancia final del torneo y daba paso a la última reunión, donde decidíamos las próximas listas de cánticos, ya sea que hubiera incorporaciones o no. Si teníamos algún viaje grande planeado para las próximas fechas, se tenía que ver en esta reunión. Los heridos que había dejado la primera parte del torneo en las peleas que tuvieron lugar y ver como los podríamos ayudar. Si ambos equipos seguían con su buen paso por el torneo cabía la posibilidad que se enfrentaran en la final.
Lo que sería una locura.
Ni siquiera quería pensarlo mucho. Me daban nauseas solo de imaginarlo. De imaginar perderla.
Las reuniones las teníamos en la escuela de parkour de Sam. Y estaban abiertas al público. Quienes quisieran ver como se utilizaban los fondos que la barra recaudaba cuando se llegaba a hacer, podía asistir y estar al tanto de todo sin problema. Raras veces teníamos gente a decir verdad. Salvo por los chicos de Sam, como eran aspirantes, intentaban no perderse ni una. Y estar al pendiente de todo.
Por esa linda y estúpida razón, es que ahora había una mierda de alboroto en la junta. Y lo peor y mas catastrófico de todo, es que me estaba congelando hasta los ovarios.
—¡Tenemos años esperando que nos asignes algo importante, Sam! —gritó uno de los lamehuevos. LM para los amigos. Los otros LM, que eran como cuatro más, asintieron en acuerdo y todos comenzaron a replicar al mismo tiempo otra vez.
—¡Hacen algo importante! —respondió León, con una voz cansada y harta. León solía tener una paciencia infinita, pero se le estaba acabando. Di un paso más lejos de él. Por precaución.
—¡Cargar las malditas banderas no es algo importante! —replicó otro.
—¿Y crees que esta no empezó así? —woa. "Esta" tiene un nombre, mi querido Sam. Estaba por decírselo, pero Milan me jalo de la capucha de la sudadera para que lo hiciera—. ¿Cuantos años tienes? —le preguntó al chico— ¿Y cuanto tiempo tienes en la barra?
El chico, que parecía tener unos veinti pocos, suspiro con frustración, y me dirigió una mirada cargada de fastidio. —Veintidos. Y tengo seis años en la barra. —cada palabra la pronuncio más fuerte que la anterior. Súper rudo.
Lo imité haciendo muecas estúpidas, y Milan me dio otro jalonazo, casi llevándome con fuerza al piso. Voltee a verlo indignada y le pisotee el pie. Que termino doliéndome más a mí porque él llevaba una bototas como del tamaño de mi cabeza.
Sam me apunto con todo su brazo. Le entendí, mas o menos, el porque decía que se iba a hacer un lío. Eso no quitaba que mi puesto sea completamente válido. —Éire tiene desde los dos años viniendo con la barra. A los ocho años se le colgó como chango a un Maleante de la espalda y defendió a su papá. Y estoy perfectamente seguro que recuerdas a Iulian. ¡Ni siquiera sé porque estoy contando esto si se lo saben jodidamente de memoria! ¡Lo escuchaban de la boca de Iulian cada maldita vez!
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Barrabrava.
General FictionÉire lleva toda su vida siendo un Casuals, llevada desde niña al estadio Grand Montagne por su padre, Éire vive por y para su equipo, por y para su hinchada. Con la muerte de su padre, queda un lugar disponible en los líderes de Los del infierno, l...