Ocho.

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¿Acaso yo estaba mal? ¿Estaba tratando de pertenecer a un lugar que no era para mí? O para mujeres, en general

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¿Acaso yo estaba mal? ¿Estaba tratando de pertenecer a un lugar que no era para mí? O para mujeres, en general.

Tal vez lo mejor sería simplemente seguir siendo una integrante más. Mirar de lejos lo que Sam y los chicos decidieran hacer con la barra. Total, lo importante era seguir al equipo.

Cerré más mi abrigo, intentando que el frió aire no me golpeara con tanta fuerza. Dejaría de darle tantas vueltas al asunto, y pensaría en ello cuando me cuerpo se sintiera mas aliviado, pensar en todo lo que había sucedido hacía que me doliera más la cabeza. Respiré profundo, y me decidí a despejar mi mente.

 Amaba el otoño, pero era una putada ir caminando por la sombra y sentir que se te helaban los huesos, o ir por el picoso sol y morir de calor. Por lo que fui turnándome, cinco minutos por la sombrita y cinco minutos por el solecito. Equilibrio. Levanté un poco más mis pies al caminar, haciendo todo el ruido posible al pasar por las hojas secas por debajo de un árbol.

La casa de mis abuelos era mi lugar favorito en el mundo. No era una casita pequeña, al contrario, era muy grande para ellos dos solitos, pero profundamente acogedora.

Sonreí con nostalgia cuando logré verla al final de la cuadra. Era de dos pisos, con un amplio patio de azulejo, y una ventana que abarcaba casi la mitad de la pared. Había pasado mas tiempo en esa casa que en la de papá.

Corrí lo poco que me faltaba para llegar, me detuve antes de cruzar la calle para mirar hacia los lados -porque mi cuerpo ya estaba demasiado golpeado como para agregarle un atropello- y volví a correr. Abrí la puerta del barandal, y cuando quise abrir la puerta principal, estuve por estrellarme contra esta puesto que tenía la cadena de adentro.

—¡Abuelita! —grité, esperando que no estuviera en el porche lavando la ropa, pues tardaría mas en escucharme.

—¡Esta abierta, cariño! —grito de vuelta.

Apoyé la frente contra la puerta. —¡No buelita, no lo esta!

Escuche sus apresurados pasos, llego a la puerta secándose las manos en su delantal y quito la cadena. —Ese viejo tonto de tu abuelo tuvo que haberla puesto, hijita. —envolví mis brazos alrededor de su cuello y la abracé con fuerza.

Era mas alta que mi abuela, ella era pequeña y delgada, con las facciones más lindas que una mujer pudiera tener y arruguitas que cualquier persona de su edad tenía, a pesar de ello, se veía joven y fresca. De pequeña, siempre había imaginado a mi abuelita rodeada de un halo blanco, resplandeciente. Porque así era ella, llena de luz.

—¿Qué estas haciendo aquí cariño, no deberías estar descansando? —su voz tintada de reproche me hizo saber que ya sabia de la pelea, tomo mi barbilla con su dedo indice y pulgar, levantándome el rostro para verlo mejor—. Ni todo el maquillaje del mundo taparía ese moretonazo que traes. ¡Que barbara!

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora