Diez.

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—¿Y tú desde cuando haces lo que otros te dicen? —miré hacia mi plato de comida, decaída—

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—¿Y tú desde cuando haces lo que otros te dicen? —miré hacia mi plato de comida, decaída—. Siempre has sido desobediente, no le hacías caso ni a tu padre, ¿y vas a hacer lo que el bueno para nada de Samir te diga?

Abuelita Caro no tenía pelos en la lengua.

—No es solo lo que dijo Sam... —murmure.

—¡Oh claro! También la ridícula de Susana. Quien piensa que tiene el derecho de juzgarte, pero no puede hacer que su marido deje esa vida tampoco. —chasqueo la lengua. Muy molesta. Eché un vistazo hacia mi abuelito que asentía en acuerdo—. ¿O tú crees que el barrismo es lugar para un cuarentón con una hija de meses? ¡Debería estar con su esposa ayudando a criar a su hija! ¡No haciéndose el líder de un montón de muchachitos a los que le dobla la edad! —se llevo la mano a la frente, negando lentamente—. Siento que estoy hablando con tu padre otra vez.

Desvié mis ojos hacia la derecha, y mordí mis labios para no reír, o llorar.

—Si tu papá estuviera aquí, les habría dado una buena patada en el culo.

—Todavía puedo hacerlo yo —comentó abuelito Isaac, levantándose de su silla con un poco de esfuerzo—. Aún no soy tan viejo, verás que me escucharán, cabrones, hijos de la...

—¡Oh, tú cállate, viejo tonto! Si tratas de levantar una de esas piernas de pollo es mas probable que caigas de sentón a que le des a alguno —abuelita Caro le dio un manazo leve en la boina para que se volviera a sentar—. La única que le pateará el trasero a esos brutos, eres tú —dijo, apuntándome con su dedo—. Tienes la fuerza, y tienes el valor para hacerlo. Tienes el conocimiento necesario para hacer de esa barra la mejor del país, y ningún grupo de huevos tiene porque hacerte creer lo contrario. Pasaste mas tiempo en ese estadio que cualquiera de esos tipejos. Ese lugar es tan casa tuya como de ellos, y ninguno de ellos sabe el dolor que te provocó dejar de asistir para ayudar a tu padre. Si alguien ha sufrido por ese equipo y por esa barra, esa eres tú y si a alguien se le tiene que reconocer los sacrificios, es a ti. Ahora, deja de lamerte las heridas porque estos tontos te dijeron que no podías y ve a demostrarles a todos quien merece ese puesto de líder mas que nadie.

Mis abuelitos sabían como levantar el animo, o bajártelo, de ser necesario. De cualquier modo, había salido de su casa decidida a no dejar que Samir, ni nadie, me pisoteara.

Ya era sábado, y Ocaso se enfrentaba contra Dives, uno de los equipos con mas campeonatos del país. El juego iba a estar de puta madre.

Sam cumplió lo dicho, hace unas horas trajo un sobre con dos boletos en preferente. "Para que traigas a una amiga o algo así". Claro que sí, Sam, porque tengo un putazo de amigas.

Suspiré mientras miraba mi reflejo en el espejo. El día estaba caluroso, y la mínima sería de veintidós grados, decidí llevar algo que estaba segura, llamaría malditamente la atención. Pero era necesario, necesitaba que mi ropa gritará: "Soy su maldito líder, y soy mujer, perras". Por lo que me decidí llevar un overol con short, por qué quería que se viera mi jodido tatuaje. Abajo usaba una playera de Ocaso, negra con el escudo en medio rodeado de siete estrellas -era viejita-, la había personalizado un poco para que no se notara que ya no me quedaba y tenis. El short quedaba justo por arriba del tatuaje de fantasma, y la playera permitía que se vieran las diez estrellas rojas tatuadas en mi brazo derecho. Una por cada campeonato de Ocaso. Este tatuaje lo compartía con los chicos. Todos, Sam, Roy, Milan y Lenz lo tenían y lo presumían cual trofeo. Nos lo hicimos todos juntos, de hecho, hace tres años. Cuando me dijeron que tomaría decisiones, así como responsabilidad de la barra.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora