Veintitrés.

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Por los pelos, esquive un poste de luz que se había entrometido en mi camino

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Por los pelos, esquive un poste de luz que se había entrometido en mi camino. Volteé hacia los lados para asegurarme que nadie me haya visto casi ensartarme, y seguí caminando. Había estado tranquila sin celular, el celular te impedía hacer cosas. El celular hacía que todo lo hicieras "en un rato". Y luego terminabas haciendo las tareas que tuvieras pendientes a última hora. O por lo menos el celular me hacía eso a mí. Por esa razón no había estado precisamente urgida de comprarme otro, además, nadie me hablaba. 

Pero ahora Kade había insistido en que trajera uno para poder comunicarnos más rápido, y para sextear, que no se nos olvidará el sexteo.

Había ido pagar los recibos de la casa que tenía pendientes, antes que se les ocurriera venir a cortarme la luz, o el agua. Y ahora caminaba hacia mi casa, con la cabeza metida en el maldito teléfono. No era precisamente activa en las redes sociales. Más que nada las utilizaba para compartir imágenes al azar, y publicaciones respecto a anuncios de la barra y esas cosas. Aún así, podría estar todo el maldito día haciendo un montón de nada ahí.

Llegué a mi casa, y por suerte, Kade no estaba. Se le estaba haciendo costumbre, al tipo, venir, entrar y quedarse como Juan por su casa. Ya le había dicho que no podía estarlo haciendo, no me molestaba a decir verdad, no hacía más que echarse en el sillón y comer cualquier cosa con chocolate que encontrara, pero mis abuelos solían venir a visitarme sin previo aviso, o LDI también tenían llaves, y no podía pensar en algo más horrible que alguno de ellos encontrará a Kade en cueros mientras me esperaba.

Subí las escaleras a trote, Ocaso jugaba de local en unas cuentas horas, y tenía que empezar a prepararme. Comencé a desvestirme mientras subía las escaleras, y aventé el suéter a la cama en el cuarto de papá. Me tomo un momento registrar el sonido del suéter cayendo al suelo, por el rabillo del ojo, con la cabeza baja desabrochando el pantalón, intente mirar algo, pero no pude. Ese era el problema. No había nada.

Mi pecho se contrajo con fuerza al levantar la cabeza, y efectivamente. En el cuarto de mi padre, donde aún se encontraban sus muebles, las estanterías con sus películas y libros favoritos, su cuadro de una de las fotos del equipo en los años ochenta, autografiado y que atesoraba más que cualquier cosa, no estaba. Ni ninguna de nuestras fotografías juntos. El aire se atasco en mi garganta, y corrí hacia mi habitación, temiendo que se hayan llevado absolutamente todo. Rogando por que no hayan encontrado el lugar donde guardaba mis ahorros.

Pero, mi habitación parecía estar intacta. Y de repente, cierta persona con la que dormía se me vino a la cabeza. Corrí a mi cajón donde se encontraban las camisetas de Ocaso, cuando lo abrí, seguía perfectamente desordenado como siempre lo tenía, apenas hace unas horas lo había abierto y había dejado una camisa roja con la mitad afuera del lugar, la mitad adentro, y aún se encontraba de esa forma. Y nada de eso tenía sentido.

Moví el respaldo, quitando la sabana de mi cama, y hurgue en el hueco que había hecho hace muchos años atrás para guardar el dinero que mi papá y mis abuelos me daban, mi mano encontró rápidamente los paquetes de billetes, y algo dentro de mi pecho se tranquilizo, solo un poco. Lo mínimo, porque no entendía absolutamente nada.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora