Cuarenta y uno.

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Todo se sentía tan jodidamente mal

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Todo se sentía tan jodidamente mal. No importaba cuanta mierda trajera encima, seguía sintiéndome enfermo. Como si algo me faltara, como si alguien me faltara. Sabia que solo una persona haría que desapareciera la ansiedad que traía encima, pero resultaba que esa persona también estaba desaparecida. Crucé mis brazos, apoyando la espalda en la fría pared.

Me estuve rompiendo la cabeza para recordar que había hecho como para que Éire estuviera tan enojada que no me contestara en ningún puto lugar. Bueno, si. Le había dicho un par de cosas la última vez que nos vimos en el pub, pero mierda, habían pasado semanas desde aquello, ¿que importancia tenía ahora?

Juguetee con la botella de refresco que colgaba entre mis dedos, llevaba casi tres horas aplastado a fuera de su casa, y ni rastro de esta jodida niña infernal, que ni si quiera se dignaba a contestar mis puñeteras llamadas. Me negaba a aceptar que me estuviera evitando, a pesar de que incluso la llave de su casa había desaparecido de donde la guardaba.

Tampoco quise aventurarme a creer que estuviera con alguien más, que se hubiera conseguido a alguien más. No. No iría por ese jodido camino. A pesar de lo que Vic me había dicho después de la escena en el pub, yo no podía aceptar que fuera una posibilidad. Sabía que terminaría perdiendo la cabeza si seguía por ahí.

Por lo que no me quedo de otra más que seguir esperando que volviera a su maldita casa.

»»»

Eran pasadas las tres de la mañana cuando ligeros pasos se escucharon a la vuelta de la casa. Éire dio vuelta en la esquina, sus pasos deteniéndose al entrar al patio, ningún signo de sorpresa en su rostro cuando me miro sentado en el suelo. Entrecerré mis ojos hacia ella, y me tome un momento para mirarla. Admirarla.

Mi pecho se retorció de una manera extraña al igual que mi estomago.

Y no me gustó.

Tensé la mandíbula hasta que dolió para sustituir la otra sensación.

—¿Qué estas haciendo aquí? —bueno, si no estaba enojada.

No le contesté de inmediato, necesitaba un maldito minuto para calmarme y no gritarle por haberme estado evitando.

—¿Ahora necesito invitación? —me levanté, caminé hacia ella. Su barbilla se elevó para lograr mirarme a los ojos. Solo la luz pluvial del parque nos iluminaba, aún así logré ver que su cabello se encontraba húmedo de algunas partes. Algunas partes de su rostro cubiertas de un ligero color rojo.

—Una vez me dijiste que cuando ya no quisieras nada conmigo, no te ibas a molestar en avisarme y simplemente no volvería a saber de ti —mi respiración se estancó en mi pecho, intenté que mi rostro no demostrara lo que me hizo sentir al decirme eso, como mi corazón se había detenido por medio segundo en su lugar, como mi estomago de repente había desaparecido de donde usualmente se encontraba—. Pensé que aplicaba en ambas partes.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora