Treinta y tres.

104 14 25
                                    


No le estaba haciendo daño a nadie

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No le estaba haciendo daño a nadie. ¿Cierto? Cierto.

Y como que tenía la obligación porque Kade era mi amante y todo eso.

¿Me preocupaba su condición? Sí, un poco. Lo suficiente para venir a verlo tres días después de la pelea.

Alise como por, millonésima vez el vestido amarillo opaco que había decidido usar. Algo seguía frenandome para entrar, pero ¿qué? Tenía el presentimiento que en el fondo de mi mente lo sabía, pero todavía no lo quería reconocer.

Llene de aire mis pulmones, y al soltarlo me decidí. Ya estas aquí, maldita cobarde. Solo hazlo y ya.

Pasé por las puertas automáticas del hospital privado donde según Lenz, habían internado a Kade. El pobre tonto se sentía culpable de haberlo dejado tirado en el piso. Solo sentía un poco de lastima porque había creído, por los dos días que estuvo encerrado, que Kade estaba muerto. Que Milan realmente lo había matado.

Una picazón empezó a molestarme en la nuca cuando crucé el umbral y caminé con minucioso cuidado hacia la recepcionista. La misma sensación que se presentaba en mí cada vez que pisaba un hospital, esto a causa de la lenta enfermedad y muerte de papá.

Por lo que poco que me había contado Kade, venía de una familia con buena posición económica. El hospital lo confirmaba, era de los mejores de Puerto Iluminado, a una media hora cruzando la linea media, hacia Oriente.

Como cualquier hospital, era blanco, insípido y con una permanente sensación de muerte impregnando el aire. Pero fino y costoso.

La señorita detrás del mostrador me sonrío con delicadeza cuando me detuve frente a ella. Le devolví la sonrisa mirando de vez en cuando hacia las puertas del ascensor que se encontraban unos pasos por detrás de ella. Porque eso iría horriblemente mal si me llegaba a topar con un Maleante por aquí.

—Buenos días —aclaré mi garganta sutilmente, ella regresó el saludo con una voz apenas audible—. Venía a visitar a... Kade Roman.

Asintió, y tecleo algunas letras en su computador. Mi mirada se desvió hacia el ascensor, otra vez.

—Mmm... el señor Kade Lil Roman, ¿cierto? —me quedó solo un poco estupefacta al escuchar el segundo nombre de Kade. ¿Lil? ¿Kade Lil? ¡Oh dios mío! Sofoqué la risa que burbujeaba en mi garganta y asentí—. Se encuentra en el tercer piso, habitación 35. Aquí tiene. —dejo sobre el mostrador un gafete con la palabra "visitante" en gruesas letras negras.

Mordisquee mi labio con inquietud. ¿Ella sabría? Puede, no perdía nada con intentarlo. —Sabe si de casualidad... ¿hay alguien con él? —me apresuré a justificarme, para que la pregunta no pareciera demasiado rara—. Es que... solo soy una amiga y... no me gustaría interrumpir si hay algún familiar.

La señorita asintió en comprensión, para luego negar con cuidado. —Me pareció ver salir a la señora Iriza hace unos... diez minutos. —aseguró, echándole una mirada al reloj frente a la pared detrás de mí. Asentí y murmuré un gracias. Acomodando mis lentes en su lugar antes de empezar a caminar hacia el elevador. Excelente, mi estancia no se prolongaría mucho. Porque sería catastrófico encontrarme con la madre de Kade aquí. O en cualquier lugar. O en cualquier vida.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora