Once.

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La noche no estuvo tan mal

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La noche no estuvo tan mal. Ocaso ganó dos a uno, Sam no estuvo jodiendo, tanto. Y no había llorado al recordar a mi padre.

Con los problemas que traía con Sam y Roy, se me había olvidado que era la segunda vez que pisaba el Grand Montagne desde antes de la muerte de papá.

No pude evitar sentirme culpable al haberme acordado de ello hasta que fue el medio tiempo, y en la pantalla del estadio enfocaron a una nena de unos cuatro años en los hombros de su padre. Roy se percató de ello, y quiso abrazarme, más no lo dejé. Sabía que no iba a poder controlarme si le dedicaba un pensamiento más, por lo que traté de enfocarme en algo diferente.

Me preguntaba hasta cuando iba a poder recordarlo y no llorar. A lo mejor nunca. A lo mejor me acostumbraría a vivir con ese vacío en el pecho que me asfixiaba cada vez que lo recordaba. Sería bueno. Saber por el dolor, que papá siempre estaría presente en mí.

Suspire en voz baja, puesto que no quería que los chicos me escucharan. Abrí la puerta de mi casa, y comencé a rezar porque Sam no empezara a ladrar, pero no tuve tanta suerte, probablemente se me acabo cuando pude evitar que las lágrimas salieran.

—Tienes que entender Éire... —aventé las llaves a la mesa, girando para verlo de frente. Los chicos se sentaron en el sillón en silencio, quedando en medio de Sam y de mí, que nos quedamos de pie.

—No. No lo voy a entender. Me niego a entenderlo. —Sam se llevó las manos a las cienes y las masajeo. Era raro como una nota de la noche a la mañana que provoca esa misma reacción en personas diferentes.

—¿Me vas a dejar hablar siquiera?

—Mmm... no. No hay nada mas que decir. Nada, niente, nothing. —tenía que mostrar mi punto.

—Esta bien. ¿Quieres saber la razón por la cual no te quiero de líder? —soltó.

Abrí mis brazos, en señal que lo lanzara.

—Porque no quiero estar jodidamente cuidandote. No quiero estar al pendiente de dónde estas cuando viajemos. Ahora todo el maldito país sabes que tu hiciste los afanes ¿crees que se van a quedar cruzados de brazos? ¡No! ¡Harán lo posible por dar contigo! Y podrás saber defenderte y lo que quieras, Noreen, pero eso no quita que eres mujer, y que eres físicamente, ¡escúchame bien!, fi-si-ca-men-te —deletreo silaba por silaba, como si estuviera tonta—. Mas débil que un hombre.

»¡No solo te golpearían, Éire, hay cosas malditamente horribles que hacerle a una mujer, y sé que no eres tonta y que ya calculaste todas ellas! Así que no, no te quiero en lo alto de la barra, porque una cosa era que estuvieras en ella junto a Iulian, él te cuidaba, él te mantenía vigilada a donde fuéramos, pero, por Dios, entiende que las cosas no pueden seguir iguales. No te voy a negar que entres o viajes con la barra —enseñó ambas palmas de las manos—. Esta bien, me excedí al pedirte que fueras a otra zona, pero... por favor.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora