Doce.

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Sabía que de alguna extraña y retorcida forma, la niña infernal llamaba mi atención

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Sabía que de alguna extraña y retorcida forma, la niña infernal llamaba mi atención. Pero no sabía precisamente qué era. Le había estado dando vueltas al asunto toda la semana, y todos los días regresaba al pub esperando saber que demonios tenía que despertaba mi curiosidad.

Tenía que admitir que la niña era guapa, aunque no iba mucho con mis gustos habituales. Tenía una piel demasiado blanca, pero sus mejillas y nariz constantemente se mantenían manchados de rosa, no tenía idea si era un rubor natural o estaba maquillada, pero se veía... bien. Llevaba el cabello hasta los hombros y nunca traía el mismo peinado dos veces. Sus orejas brillaban cada vez que la luz artificial se encontraba con sus tantos aretes y no dejaba jamás de lamer el piercing de su labio. Me provocaba inclinarme hacia ella y arrancarle la maldita cosa para que dejara de hacerlo. Su cuerpo tampoco estaba mal, lucía un buen trasero, pequeño, pero abultado y bien proporcionado, y la circunferencia de su cintura hacía que resaltara más, sus piernas parecían lo suficientemente largas y delgadas.

Bueno, a lo mejor ya sabía que era lo que me llamaba de atención de la niña. Estaba buena, y su constante mirada cargada de odio me ponía.

Ningún día me quedaba mas de lo necesario, pero hoy sería diferente, por lo que pedí otra ronda de cerveza. Me ignoró, incluso atendió a otras personas que habían pedido después de mí. Cuando por fin acabo de preparar las bebidas, volví a levantar el vaso, y con una paciencia de la que nunca había sido poseedor, espere que rellenara mi tarro, no me dirigió una mirada si quiera. Era divertido, era como jugar al gato y al... bueno, gato. Estaba seguro que la niña, de ratón, no tenía nada. Había escuchado la historia de como le arranco un pedazo de piel a Vic de la espalda, a mordidas. Vic había mandado a Sam al hospital, así que, ella había mandado a Vic.

Era consciente que estaba un tanto loca, era la única explicación para que se involucrara a tal grado en la barra-brava de Los del infierno. Este mundillo era de hombres, las mujeres tenían un lugar en la tribuna, por supuesto, pero no en las peleas. Generalmente salían corriendo al menor indicio de una. Pero ella no. Ella se quedaba en su lugar y peleaba a puño limpio. Podía respetarla un poco por ello, por no usar armas en las peleas, aunque ese ya venía siendo un código de su barra. Lastima que fuera de Ocaso, lastima que odiara a tal grado a los seguidores de Ocaso. Eran unos doble cara, eran tan animales como cualquiera de nosotros, pero se las daban de santos. Ellos nunca empezaban, siempre iban en paz, siempre eran los otros los que la tenían contra ellos. Putos.

»»»

No tardo mucho en salir a su descanso. Me levanté de la silla en el momento que salió por la puerta de emergencia, no me di tiempo de pensar en lo que estaba por hacer. En pensar si estaba bien o mal. No, de hecho, estaba terriblemente mal y era una estupidez en toda la extensión de la palabra. Aún así, salí atrás de ella.

La puerta trasera daba a un callejón donde recogían la basura del pub y los negocios vecinos. La iluminación era mínima gracias a la luz amarilla de las farolas. La niña infernal se encontraba recargada en la pared frente a la puerta, fumando. No fue hasta que baje los tres escalones para llegar a la banqueta que se dio cuenta que era yo. Elevo una ceja mientras me veía caminar hasta ella.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora