Veintiséis.

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Quería que mi lapida dijera: "Éire Nova

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Quería que mi lapida dijera: "Éire Nova. Bien vivida."

Venía siendo obvio que no me podía seguir saliendo con la mía. Había esperado que para estos días Kade y yo ya hubiéramos satisfecho nuestras necesidades lo suficiente, y quedaríamos como un recuerdo que seguramente ambos querríamos borrar lo antes posible.

Pero simplemente parecía que ninguno de los dos quería terminar esto todavía. Yo ciertamente no.

Quité una pelusa invisible del suéter que todavía traía puesto. El suéter de Kade. Si todavía tenía un poco de suerte, ellos no le darían importancia a ese detalle. Llevaba conservando camisetas de mis parejas sexuales desde que perdí mi virginidad, podría ser de cualquiera.

Lamí mis labios, rodando el pequeño aro con suavidad. Dioses, la tensión que impregnaba el aire ahora mismo era de las más horribles que había experimentado nunca. Y había estado en suficientes peleas donde los contrincantes podían utilizar navajas, tubos, mancuernas.

Apestaba como culo de vaca.

Me atreví a levantar la vista hacia los chicos. Primero Milan ya que estaba casi enfrente de mí. Tenía mi trasero bien aplastadito en el sillón frente a la puerta, Milan se encontraba sentado en el segundo escalón de las escaleras. Cuando nuestros ojos se encontraron, desvié la vista de inmediato. Su ceño se encontraba profundamente fruncido, así como sus labios. Temía que su perfecta y recta nariz pudiera quedarse arrugada para siempre si seguía manteniendola así. Sus ojos medio viciosos. Él parecía que podía cargar hacia adelante y golpearme en cualquier momento. Probablemente lo único que le impedía hacerlo era la abertura entre mis piernas.

Aún con la promesa de mi muerte incrustada en su bello rostro, era imposiblemente caliente.

Mis ojos se posaron en un muy callado Lenz. Él se sentaba en el otro sillón, con su espalda en el respaldo de los brazos y una pierna arriba. Me miraba de vez en cuando, como si ni siquiera pudiera soportar verme.

Ese simple pensamiento hizo que mi pecho se estrujara más lo que me hubiera gustado admitir.

Por último, Sam. Que, como siempre que hacia una de mis tonterías, se paseaba por el lugar como león enjaulado. Lo que me recordaba que hace unos minutos, Sam anunció que Roy venía en camino. No sabía si eso me ponía más nerviosa o me tranquilizaba. No habían hablado con él. Al parecer él ya venía para acá antes de todo. Por lo tanto, no sabía lo que le esperaba cuando llegara.

Deje escapar un suspiro entrecortado sin mucha fuerza, y limpié el sudor de ambas manos en mis piernas.

—Bueno... —murmuré, alargando la e un poco. Alguien tenía que empezar a hablar porque no estaba dispuesta aguantar un segundo más del silencio. Podía manejar los gritos, la frustración, el enojo. El silencio y la indiferencia no.

Sam por fin se detuvo, abrió la boca para hablar, aunque parecía más bien que estaba a punto de gritar, pero Lenz levantó la mano, mostrandole la palma para que le diera lugar.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora