Treinta y siete.

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Milan no fue especialmente delicado cuando dejo caer a Kade en mi cama

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Milan no fue especialmente delicado cuando dejo caer a Kade en mi cama. No estaba segura de que tan peligroso era aquello, junto a las drogas en su sistema y los golpes en la cabeza. Podía tener secuelas o yo que sé. No quería cargar con eso en mi consciencia por el resto de mi vida, por lo que le di una bochornosa mirada mortal a Milan en protesta.

No le afecto.

Se cruzo de brazos mientras fruncía el ceño hacia Kade, y luego hacia mí. —Te golpeo.

Mi cerebro todavía no lograba acomodarse precisamente bien en mi cabeza, moví la mano en un gesto de indiferencia. —Déjalo ir, Milan.

—Debimos haberlo dejado ahí tirado. —murmuró.

Habíamos estado discutiendo por varios minutos aquello en medio del parque, del porque no podíamos dejarlo ahí a su suerte. Milan creía que todos mis puntos a considerar eran basura, pero terminó accediendo a cargarlo. Kade era malditamente pesado para que yo lograra hacerlo, así que no le quedo de otra.

Froté mi mandíbula con cuidado, estaba segura que a la larga, tantos golpes en aquella zona me cobrarían factura.

Tomé el celular de Kade de la mesita de noche para checar la hora. Faltaba poco más de una hora para que se fuera al trabajo. —Deberías irte —comenté mientras me dejaba caer sobre una silla que mantenía en mi cuarto, repentinamente exhausta—. Todavía falta para que se vaya y...

—¿Estas loca? —medio grito Milan—. ¡No voy a dejarte sola con este idiota! ¡Te golpeo, Éire!

Por dios, al chico le gustaba remarcar lo obvio.

—Estaba hasta las cejas de drogado, Milan —no era una maldita justificación, pero necesitaba que Milan simplemente se fuera. Temía lo que fuera pasar si Kade lo veía cuando se despertara—. Probablemente no recuerde nada cuando se despierte.

—¿¡Se supone que eso me haga sentir mejor!? —Cierto. En mi cabeza había sonado mejor.

—¡Bien! Quédate —el dolor en mi cabeza no me daba para una discusión ahora mismo—. Pero en mi cuarto. Sin hacer ruido, ni nada.

Milan pareció querer protestar por ello, pero terminó por asentir y salir del cuarto, no sin antes mandarle una profunda mirada de odio al inconsciente Kade.

Cuando lo escuché cerrar la puerta, caminé hacia la mesita de noche que estaba al otro lado de la cama. Saqué dos pastillas de ibuprofeno para calmar el dolor, y de paso, me ayudara a dormir.

»»»

Como lo había predicho, Kade no se acordaba de nada cuando se despertó, y me había creído sin problemas cuando le dije que nos habíamos peleado, por eso mi golpe en la mandíbula, y por eso le dolía tan horriblemente la cabeza.

Las pastillas habían sido un maldito fiasco, puesto que a pesar de que calmaron el dolor, no pude pegar el ojo.

Ahora, esperaba que Kade dejará de hacer tanto maldito ruido y se fuera para poder dormir.

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