Treinta.

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Estábamos llegando a fin de año. Y con fin de año, la final de la liga local. Si Ocaso quería adueñarse un año más de la liga, tenía que ganar este juego con ventaja de tres goles. Y esperar que ni Ithimba ni Real Way ganarán sus respectivos juegos. Difícil, porque Ithimba no había perdido ninguno de sus últimos siete partidos, pero todo podía pasar en el fútbol.

Ahora nos encontrábamos al este del país. A unas siete horas de Puerto Iluminado. Y a treinta minutos de que empezara el partido.

La hinchada de este lugar era una de las buenas del país. Solo la hinchada, porque el equipo siempre había estado para llorar. Pero la barra era respetable. Se hacían llamar Los Fieles. Suponía que les iba bien, su equipo solo había salido dos veces campeón en más de setenta años de existencia.

Pero, respetables o no. Hoy estaba apunto de perder una que otra pertenencia. Gracias a mua.

Milan era el que se encargaba de investigar en donde se juntaban antes de los partidos. Cuantos, aproximadamente serían. Los líderes. Trapos que llevaban. Los que más apreciaban. Calles, atajos. Todo lo necesario para hacerme más fácil el encontronazo. Pero ahora no me extrañaría en lo absoluto que me haya dado información errónea. Juró por Dios Santisimo que intenté con todas mis fuerzas aligerar el ambiente tenso entre Milan y yo. Pero este hijo de se re put... al grano, Éire, ...Era difícil. Y Samir tampoco ayudaba al no parar de darme sus estúpidas miradas sospechosas y molestas. Sobre todo después de haber estado perdida un rato y luego llegado a cinco minutos del juego en el RWS, el clásico pasado. Hace tres días.

Milan estuvo a punto de hacerme tremenda escena en el estadio, pero Lenz lo calmó diciéndole que unas policías me habían retenido por actitud sospechosa. León solo se había limitado a suspirar y negar. Medio sospechaba que él no se lo había creído para nada. Claro que, al llegar a mi casa, Lenz me gritoneo de lo lindo diciéndome que no podía por nada del mundo verme con ese cabrón a menos de diez metros de los chicos.

Puede que tuviera razón. Pero, ¿eso acerca de que si te prohíben algo solo te dan más ganas de hacerlo? Era completamente cierto.

Traté de no suspirar con exageración cuando pasaron otros cinco minutos y la jodida hinchada de Los Fieles no aparecía por ninguna puñetera parte. Estaba a solo dos minutos de irme y cagarme en Milan cuando voces ahogadas comenzaron a llegar desde el final de la calle.

Medio escondida en un callejón que olía a rata muerta, traté de que contener las arcadas que amenazaban a mi garganta, tenía la sensación que el maldito aroma se quedaría una buena parte de la noche en mí. Me mantuve oculta tras el contenedor de basura lo mejor que podía sin llegar a acercarme lo suficiente. El plan era sencillo. Sencillo y había un noventa y nueve por ciento de probabilidad que terminara bien muerta, claro que el plan se le había ocurrido a Milan. Y Sam le había hecho segunda.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora