Siete.

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Froté la crema con sumo cuidado sobre el enorme raspón que tenía en mis nalgas

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Froté la crema con sumo cuidado sobre el enorme raspón que tenía en mis nalgas. Aún se encontraba colorido, apenas se comenzaban a formar las costras y ardía como el mismo infierno. Una podía pensar algunas buenas y divertidas razones para que le ardiera la cola, esta no era una de ellas.

—No entienden —murmuró Susana entre dientes, mientras entraba en mi habitación y dejaba un par de sabanas blancas en el sillón. Se limpio con fuerza las lagrimas que resbalaban sin parar por sus mejillas. El sentimiento de culpa se extendió en mi pecho cual nube de humo, expandiéndose y ganando territorio.

—Susi...

—¡Ni me hables! ¡Por Dios y Cristo bendito, como puedes hacer eso! ¡Eres una mujer Éire! ¡Como te puede gustar ese ambiente, ese... ese... ugh! —azoto su pie con fuerza y salió de la habitación. Me quedé mirando la manija de la puerta fijamente, y suspiré.

Hacía mucho que no me tocaba uno de sus regaños, y casi se me olvidaba cuanto los odiaba. Siempre, siempre repetía lo mismo, "¡eres una mujer Eire!" porque al parecer lo que me gustaba no iba acorde con ser mujer.

Una lastima.

A la pobre Susana le tocaba cuidar de nuestros múltiples golpes y heridas después de una pelea, mas de una vez nos había gritado que era la última vez que nos ayudaría, para luego irse, y regresar solo cinco minutos después maldiciéndonos y preparándonos los ungüentos y medicamentos.

Con cuidado de no mover demasiado mis piernas, me subí la pijama y salí del cuarto de mi papá. León, quien se había llevado la peor parte, descansaba en mi habitación, mientras Sam, Milan y Lenz se acomodaron en la sala. Podía escuchar los murmullos y las fuertes pisadas de Susana en mi recamara, le daría tiempo para que se le calmaran los nervios y luego hablaría con ella.

Tardé casi medio día en bajar las escaleras, cuando logré llegar al primer piso, la crema ya había empezado a surgir efecto, hice dos sentadillas para comprobarlo y palmeé un poco y con cuidado mi retaguardia. Seh, ya casi no dolía.

Levanté la cabeza para checar a los muchachos, Sam se encontraba dormido en el sillón, con una bolsa de hielo cubriendo media parte de su cara. Milan, como siempre, había salido lo mas ileso posible del rostro, pero las heridas que no tenía en el rostro las tenía por todo el abdomen, algunas visibles, otras cubiertas con gasas. Y Lenz, bueno, Lenz era cuidado por su novia, quien le ponía crema en el pómulo con una lentitud exagerada, sus dedos apenas tocaban la piel de este, era mas tedioso hacerlo así, a mí parecer.

—Oh, hola Tami. No oí cuando llegaste. —logré ver el momento en el que todo su cuerpo se tenso, su espalda se irguió mas y levanto la barbilla.

Y me ignoro.

Tami me odiaba. Como cualquier novia odiaba a la mejor amiga de su novio, yo hubiera podido meter cizaña para que Lenz terminara con ella, pero no lo hice por la única y sencilla razón que Tami amaba a Lenz con tanta fuerza como me odiaba a mí. Intenté ser su amiga, por Dios bendito que lo intenté, pero simplemente la chica y yo no encajábamos. Ella por supuesto, intentó hacer que Lenz dejará de hablarme, él terminó con ella en el instante que ella saco ese tema a colación, por lo que acabó aceptándome, si se le podía decir aceptar a pretender que no existía.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora