Treinta y nueve.

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Mis dedos se curvaron con fuerza al rededor de la botella cuando el soplo del aire frío acarició mi cuerpo

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Mis dedos se curvaron con fuerza al rededor de la botella cuando el soplo del aire frío acarició mi cuerpo. Tomé un trago de mi cerveza para intentar entrar en calor. Amaba las fiestas de aniversario de los abuelos, pero odiaba el maldito frío que solía escarbarme hasta los huesos en estas fechas. Sobre todo porque los abuelos insistían en celebrar al aire libre. Por tal motivo, toda la la familia Nova estaba reunida en el patio de la casa de los abuelos.

Eramos una familia un tanto numerosa y bastante peculiar.

Después de mí, los primeros en llegar fueron el tío Mau y su zopenco hijo, Richie. Dios, como me cagaba Richie. Los dos eran integrantes de los Maleantes, y eran exactamente igual de enfadosos y mamones. Asentí hacia a ellos en un intento de saludo, y ambos me respondieron de igual forma. Los días en la casa de la abuela eran una especie de tregua de parte de todos. Por todos me refiero a mí, a ellos dos y a otro primo Maleante; Killian. Todos podían besar mi espectacular trasero, en lo que a mí respectaba.

Deje salir un suspiro cansado, y revise por décima vez en dos minutos mi teléfono. Lo hacía en contra de mi voluntad y con todo el coraje del mundo hacia mí misma. Pero Kade no me había hablado en toda la semana, y estaba empezando a notar su ausencia. Esta bien, mentira. Había notado su ausencia desde que su amigo se lo había llevado casi a rastras del bar. Pero, sobre mi cadáver sería yo quien le hablara. Él fue quien había perdido la maldita cabeza.

Para mí suerte, mis chicos cruzaron el patio justo en el momento en que mi cabeza se remontaba a la escena de celos de Kade. Y a como me había hecho sentir.

Milan, León y Sam no desperdiciaron el momento de intercambiar miradas de odio hacia Mau y Richie, pero la casa de los abuelos era el único lugar donde ninguno de ellos o de nosotros podía hacer un movimiento hacia el otro.

Recibí a Milan con los brazos abiertos. Y no me negó el abrazo. Sus labios formando una sonrisa apretada, pero sincera.

—Llegamos muy temprano al parecer. —murmuró León, depositando un beso en mi mejilla y agarrando una cerveza de la hielera que se encontraba a los pies de mi silla.

Sam optó por revolverme el cabello y luego darme unas cuantas palmadas sobre la cabeza, intenté golpear su mano, pero la quitó antes de alcanzarlo, riendo. Bien, eso parecía una reconciliación. Lo tomaría. Por ahora.

—Llegaron a tiempo —Milan se sentó frente a mí, y Sam a mi derecha. León prefirió subirse a la barra de un asador de ladrillo que el abuelo había construido hace tiempo—. ¿Lenz?

Si siquiera ese infeliz se excusaba con alguna estup... —Viene en camino.

Bien.

Bien.

Me sentía un poco al borde en estos días.

Después de platicar un rato con ellos, deje a los chicos para ayudar a la abuela a acomodar las mesas donde se pondría la comida. A la abuela le gustaba que fuera un tipo buffete. Y todas las comidas preferidas de cada uno de mis tíos y primos estaban servidas. Algunas cosas las había mandado pedir, y otras, nunca queriendo quedarse atrás, las hizo ella.

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