Diecinueve.

120 18 19
                                    

Efectivamente, Milan no me había creído ni mierda, y había ido de chismoso con los chicos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Efectivamente, Milan no me había creído ni mierda, y había ido de chismoso con los chicos. Tampoco es que tuviera problema con que los chicos supieran que me estaba viendo con alguien. A Lenz, por ejemplo, le valía caca con quien saliera, mientras no me viera afectada -para bien o para mal- yo podía hacer de mi culo un papalote. A Milan de igual manera le venia sin cuidado. Cada vez que solía hablar de algún chico, rodaba los ojos y comentaba cosas como "que idiota", aunque la frase ni siquiera quedara en el contexto de lo que hablara. Él era el típico hermano mayor que se preocupaba pero actuaba como si no. Y después estaban Sam y León. Ellos eran punto y aparte, hubo una vez que me invito a salir un chico cuando tenía como catorce años, lo intimidaron tanto que el pobre salio corriendo de mi casa y jamas volvió a dirigirme la palabra, a pesar de que traté disculparme y hacerle entender que ellos eran bien cagones y solo estaban bromeando.

Ambos, junto a Milan se habían estado partiendo de la risa cuando el pobre chico se fue. Así de cabrones eran. Ya después empecé a salir con hombres.

En fin, estaba segura que el caprichito de Kade no duraría ni el mes, por lo que no habría necesidad de entrar en detalle con ellos. Para cuando se volvieran a acordar del chisme de Milan, Kade y yo ya habríamos terminado con nuestras sesiones y mis chicos jamás se enterarían de nada.

Era un plan brillante.

Esquivé por los pelos un enorme charco de agua, y traté de enderezarme con disimulo con ayuda de la cerca que tenía a la derecha. En la madrugada había llovido a cantaros, y las calles todavía se encontraban húmedas y con charcos de agua y lodo a cada paso. Doblé a la derecha, y en el instante que entre al terreno, una vocecilla aguda me llamó.

—¡Éire! —levanté la cabeza y sonreí al ver al pequeño Sami, abrí los brazos para recibir su afectuoso abrazo. El hijo de Sam. Lo estreché con fuerza, pues tenía meses sin verlo. Cuando Sam estaba casado lo veía más seguido, ahora solo lograba verlo unas dos veces al mes, o menos—. ¡Adivina que, adivina que, adivina que! —gritó entusiasmado mientras brincoteaba de un lado a otro.

—Mmm... —di varios golpecitos con el dedo en mi barbilla—. ¿Ya no haces pipi en la cama?

El pequeño Sam soltó una carcajada tan limpia y alegre, que hizo mi corazón brincar y lo volví a estrechar entre mis brazos. —¡Hace mucho que deje de hacer pipi en la cama, Éire!

—Vale, muy bien. Entonces ¿qué es?

—¡Voy a viajar! —tomo mis antebrazos y con estos se apoyo para seguir brincando—. ¡Voy a ir con ustedes! —brinco, brinco, brinco—. ¡A Villa del Sol! —brinco, brinco, brinco—. ¡Seré un barra brava, como ustedes! —brinco, brinco, brinco. Y luego se fue corriendo, gritando que iba por su mochila.

Miré a Sam, que venía caminando hacia mí con las manos en los bolsillos y una media sonrisa.

—¿Te lo vas a llevar? —alcé las cejas en pregunta, medio incrédula.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora