Desde hace varios días, había experimentado esta sensación de mi estomago burbujeando y manos ligeramente temblorosas. Necesitaba un polvo. Ya fuera sexual o blanco, pero lo necesitaba. Y dado que la estúpida enfermera había interrumpido mi intento de colarme entre los muslos de Éire, tendría que pedirle a Vic que me llevara de su mercancía cuando llegara a mi casa.
Todavía se me dificultaría salir por los próximos días. Podía convencer a Iriza que me montara un par de veces, pero sabía que no quedaría satisfecho. No hasta no estar encima de la boba niña infernal.
Éire.
Suspiré con frustración al pensar en ella, otra jodida vez. Estúpida niña tonta, ¿en qué momento me había vuelto tan adicto a ella?
Pero ahora estaba un poco más tranquilo a comparación de los días pasados. Me había estado carcomiendo la cabeza al creer que realmente el hijo de perra de Milan había tenido razón y a ella ya no le interesaba verme. Ya hasta había planeado como entraría a su casa y le haría cambiar de opinión. Y regresaría a terminar lo que se había empezado con el rubio maricón, si se le había ocurrido declararse a Éire. Que no era probable. Había tenido años y años de poder hacerlo. No creería que lo hiciera ahora.
Sabía que todavía no lo había hecho.
Patetico. Probablemente no querría arruinar su amistad con ella, y por eso se había mordido la lengua tanto tiempo.
Como si la amistad entre un hombre y una mujer pudiera existir. No me sorprendería en lo absoluto saber que los otros hijos de puta también habían fantaseado con ella.
Sentía la cabeza punzar, junto a la mandíbula. Y mi sangre ardió al pensar en ello, y no de la manera buena. Sería mejor que no fuera por ese camino. Terminaría por encerrar a Éire en una jodida caja de hierro solo para mi disfrute personal.
—Estas enfurruñado otra vez, cariño. —la melosa voz de mi madre. Mi madre real. Llego hasta mis oídos, despejando de mi imaginación a una Éire atada de brazos y piernas abiertas.
Hice una nota mental para llevar ataduras la próxima vez que vaya a su casa.
—No lo estoy. —susurré. Mi garganta aún se encontraba dañada y hablar hacia que me doliera más. Hice un ademán con la mano para que mi madre no insistiera más con el tema. Sin embargo, su rostro no perdió aquel brillo que solía tener cuando estaba animada.
—He estado pensando, hijo, que podría ir a quedarme contigo los días siguientes. —la saliva se me atasco en la garganta, e intenté toser. Lo que me hizo doblarme del dolor. Oh no. Oh, mierda no.
Iriza entró a la habitación en ese momento. Informando que solo esperaríamos a que llegara el doctor y me diera instrucciones para los medicamentos y demás. Más de una maldita semana encerrado aquí. Sabía que no quería volver a ver u oler un hospital pronto. O a un doctor. O una jodida enfermera.
ESTÁS LEYENDO
Barrabrava.
Ficción GeneralÉire lleva toda su vida siendo un Casuals, llevada desde niña al estadio Grand Montagne por su padre, Éire vive por y para su equipo, por y para su hinchada. Con la muerte de su padre, queda un lugar disponible en los líderes de Los del infierno, l...