La relación, si se le podía llamar así a lo que Éire y yo teníamos, iba mejor de lo que esperaba. El sexo era cada vez más increíble. Ella seguía siendo insoportable, pero ahora había aprendido a ignorarla, de manera que su voz ya no me molestaba... tanto. Tampoco es que pasáramos tanto tiempo juntos, nos veíamos unas tres veces por semana, o cuatro. Y habíamos tenido una que otra conversación, cosas banales, sin entrar mucho en detalle respecto a la vida del otro, tampoco. Nada que pudiera comprometernos a alguno de los dos. La mayoría de las veces nos veíamos en su casa, puesto que era mucho mas cómodo tener el suficiente espacio para follar, aunque a veces un rápidito en la camioneta venía de perlas, o en el callejón atrás del pub.
Y aquella picazón que me había molestado por estarles ocultando algo así a Requena y Vic, había desaparecido. Ella tampoco parecía estar muy preocupada porque sus amistades nos descubrieran, lo que hacía que todo fuera viento en popa.
Terminé de peinarme y tomé mi celular para ver el mensaje que me había llegado. Estaban por ser las nueve de la noche, se suponía que solo había venido a dejarle a Éire el aparato y me iría, porque Iriza había invitado a sus padres a la casa, pero... una cosa había llevado a la otra y terminamos follando todo el maldito día.
"¿Llegas a cenar?"
Me alegraba, en cierto modo, no haber estado ahí cuando fuera el padre de Iriza, le gustaba cuestionarme sobre todo, y lo que menos me gustaba era dar respuestas a cualquiera que no fuera mi padre. La última vez que nos habíamos visto no había terminado bien. Iriza lloro casi todo el tiempo, lo que le hizo enfadar más y comenzar a gritar. Para su mala suerte, nadie me gritaba. Mucho menos en mi casa.
Le respondí el texto con un simple sí, y salí del baño. En el momento que la puerta se abrió el olor de algo cocinándose en la planta baja se colo por mi nariz y mi estomago crujió con fuerza. Casi que bajaba las escaleras flotando tras el aroma.
»»»
—¿Qué estas haciendo? —Éire brincó de pronto y soltó el queso, lo tomé antes que cayera al piso, dejándolo a su lado.
—Dioses santos —murmuro, mirándome de reojo con el ceño fruncido—. ¿Todavía estas aquí?
—Eso huele bien. —eché un vistazo hacia los distintos sartenes que se encontraban en la estufa. En uno tenía el pollo, y en otra olla hervía spaguetti—. Quiero.
Elevo una ceja, sin dejar de rallar el queso. No dijo nada por un momento como si estuviera analizando los pros y contras de invitarme a cenar, al final pareció resignarse. —Bien. Saca las salchichas de la nevera y el tocino, y córtalos en cuadritos.
Una risa completamente espontanea salió de mí al oírla. —Ya, claro. —recargué la cadera en el mueble de cocina, con los brazos cruzados. En mi vida había cocinado, mi madre nunca me puso hacerlo. Y ni se dijera Iriza.
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Barrabrava.
General FictionÉire lleva toda su vida siendo un Casuals, llevada desde niña al estadio Grand Montagne por su padre, Éire vive por y para su equipo, por y para su hinchada. Con la muerte de su padre, queda un lugar disponible en los líderes de Los del infierno, l...