Veintisiete.

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Apenas tuvimos dos días para preparar un recibimiento digno de una semifinal contra tu acerrimo rival

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Apenas tuvimos dos días para preparar un recibimiento digno de una semifinal contra tu acerrimo rival. No tuvimos el tiempo para crear algo nuevo, por lo que tendríamos que usar trapos y banderas de juegos anteriores. El recibimiento de la hinchada era importante, pero sabríamos que la misma directiva apoyaría con pirotecnia y luces por todo el estadio, lo que levantaría muchísimo el animo.

Tuve que estar metido y concentrado en la barra durante los últimos dos días, y suponía, o quería creer, que la niña infernal también estaría ocupada en ello. No habíamos intercambiado mensajes desde el día que Los del infierno entraron a su casa. Esta vez, dejaría que ella diera el primer paso, cabía la posibilidad que sus decisiones se vieran afectadas ahora que sus perros falderos sabían lo nuestro.

La última vez que no nos habíamos visto durante más de veinticuatro horas, fue porque Real Way tenía juego en la frontera, y solo el viaje de ida era de catorce horas. El día que regresé a Puerto Iluminado, ni siquiera me moleste en llegar a bañarme a mi departamento, fui directamente al de Éire. Me maldijo durante minutos por haber llegado apestando, y amenazo con no follar si no me metía primero a bañar.

La arrastré conmigo al baño y follamos por horas bajo el agua.

La tensión sexual que había estado reteniendo en aquel momento rivalizaba con la que había tenido hace apenas unos minutos. Los músculos de mi cuerpo dolían como un demonio, las cienes me palpitaban, el humor que me cargaba me ponía peor, y ni se dijera las bolas. Querían estallar. Y dado que al parecer no podría aparecerme en Poniente por un tiempo, recurrí a la opción más fácil y accesible: Iriza.

Hubo un tiempo en el que Iriza me volvía loco. Tanto, que incluso la hice mi novia oficial. Su ascendencia latino americana le otorgaba un muy buen par de curvas y un rostro angelical, siendo el sueño de toda la maldita escuela. Los hombres la deseaban, incluso llegaban a humillarse por obtener su atención, y las mujeres, como no, la envidiaban. Y yo malditamente la tenía. Ese hecho era alimento en abundancia para mi ego masculino de quince años. Y aunque ella todavía conservaba su atractivo impecable, simplemente ya no despertaba en mí lo que un día logró.

Ni si quiera cuando sus grandes y voluminosos senos revotaban a escasos centímetros de mi boca. Lleve mis manos hacia atrás, recargando mi nuca en estas. No podía reunir la suficiente fuerza para sentir lastima por ella, en serio le estaba poniendo ganas. Sentía sus muslos tensarse cada vez que subía, y los delicados gemidos saliendo de sus labios cuando caía. Y si no fuera por la respuesta biológica de mi cuerpo, yo bien podría pasar como un jodido muerto.

Tomé el control remoto para prender la televisión, sintonizando el canal de deportes local. Como siempre, no podía faltar la polémica barata de los comentaristas. Como si las barras necesitaran de eso para odiarse. Los conductores de los programas de deportes siempre eran los primeros en prender el fuego en los clásicos, y luego eran los primeros en lamentarse y no bajarnos de delincuentes si llegaba haber peleas.

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