Trece.

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Nunca era buena idea viajar en tren, no para nuestro tipo de viaje

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Nunca era buena idea viajar en tren, no para nuestro tipo de viaje. El tren de Puerto Iluminado, aparte de atravesar de Oriente a Poniente, también llegaba hasta la primera estación de la ciudad que colindaba al norte con Puerto Iluminado. Era un viaje de tres horas, y el estadio que Ocaso visitaba tenía prohibida la entrada a barras visitantes. Razón por la cual viajar en autobús era una perdida de tiempo y dinero, pues ni siquiera dejarían entrar al autobús a la ciudad. Así que, íbamos en tren.

Eramos al rededor de cincuenta, Ocaso era el equipo que mas gente movía hacía otros estadios a lo largo del país, a otros países si fuera necesario. Otro podrían querer colgarse el titulo, como si tuvieran oportunidad, por favor, perras... Como fuera, incluso Los del infierno, siendo una barra grande como era, se limitaban a viajar a esta ciudad, no por la barra que la habitaba, si no por la policía. No distinguían si no estabas en la pelea, ¿estabas cerca? Macanazos. ¿Corrías? Macanazos. ¿Respirabas? Macanazos.

No se andaban con cosas.

—Estas muy seria hoy. —Milan iba de pie a mi lado, recargando su costado derecho en un tubo. Fruncí los labios y negué despreocupada—. ¿Qué te pasa? —me dio un golpecito con la punta de su bota en el pie. Suspire, acomodando mis guantes. No le iba a decir lo que me pasaba, o lo que me había pasado ayer por la noche, todavía ni siquiera lo entendía. O me lo creía. Por lo que solté lo primero que se me ocurrió.

—No me gusta viajar en tren. —crucé los brazos, apoyándome hacia un lado, mire el libro de una chica que iba a mi lado por encima de su hombro. Ella volteo y sonrió con timidez cuando me sintió invadiendo su espacio personal. Le guiñe.

—Sí, es una putada, demasiadas personas. —murmuró, cayendo en ello.

Esa era la razón por la cual no era buena idea viajar en tren. Sabíamos lo que nos esperaría llegando, faltaban aproximadamente diez minutos para detenernos. Aunque el vagón iba ocupado por barristas en su mayoría, también iban ciudadanos comunes, buenos ciudadanos, ciudadanos inocentes, que quedarían atrapados en el fuego cruzado, porque los Inkinga estaban locos, rabiosos, completamente lunáticos. Y no se esperarían si quiera a que el tren se detuviera.

»»»

La gente se comenzó a inquietar. Volteaban a su alrededor con urgencia, tratando de controlar el pánico en sus facciones. Me sentí mal por ellos.

Los chicos se preparaban para el momento en el que la estación saltara a la vista. Daban brinquitos en su lugar, crujían su cuello, los nudillos, cualquier articulación que les pudiera sonar. Milan acomodo su protector bucal y me reí de él, como siempre. Me levanté y alisé mi sudadera, era negra y llevaba en letras grandes las silabas A.C.A.B*, porque a veces uno no tenía suficientes macanazos.

—Amiga, ¿tienes labial? —le pregunté a la chica de mi lado, que ya había guardado su libro y miraba a todos con miedo en sus pequeños ojos. Pobre chica, ¿qué culpa tenía ella que unos inadaptados sociales no pudieran controlarse?

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora