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Cuando llegan a Barcelona, Raoul se siente como Peeta Mellark al llegar al Capitolio: rubio, pequeño e inocente ante las voraces fauces de los periodistas del corazón, miles de flashes le ciegan y le causan gran respeto. No se esperaba aquel recibimiento. Se esperaba a sus fans tras la seguridad, esperando con ansias. Quiere atenderles y darles de su cariño, pero se baja y no le permiten acercarse. Ni a él ni a ningún otro miembro del equipo. Raoul piensa que van a sentirse destrozados, seguramente lleven allí horas esperando para recibirle y no han podido más que verle en la lejanía. Raoul se siente mal. Una mano se apoya en su hombro derecho y le da un apretón amistoso, es Sam, que le mira con una sonrisa triste porque sabe como es su primo con sus wolfies. Agoney no entiende por qué no les permiten acercarse, pero una de las chicas de la organización le mete prisa diciéndole que van con una agenda apretadísima y que no pueden perder ni un minuto. Cuando salen, un microbús les está esperando y les suben a prisa y corriendo. Incluso este arranca sin que les de tiempo a sentarse. Raoul se agarra y se sienta en el asiento más próximo y no tarda en abrir sus redes sociales para pedir una disculpa a todas aquellas personas que se han acercado a recibirle en la estación. Agoney le pide sentarse a su lado y Raoul le deja hueco, pero algo seco, estaba molesto con la organización y se siente muy mal por esa gente que ha ido a verle para nada. Y en parte, también se siente culpable. Agoney ve esa preocupación en los ojos de Raoul y, con delicadeza y casi en cámara lenta, comienza a acariciar la mano que reposaba sobre su muslo, con la yema de sus dedos. Raoul mira por la ventana mientras Barcelona se ve a gran velocidad por esta. Las caricias de Agoney le ayudan a despejarse esos malos pensamientos y, poco a poco, y sin saber cómo, acaban cogidos de la mano. La escena no pasa desapercibido para Samuel, que, al otro lado del pasillo del microbús les observa. Raoul se gira hacia Agoney con una sonrisa, y sin decir nada, le da las gracias. Agoney lee sus labios y le sonríe. Se quedan cogidos de la mano a lo largo del trayecto, que es más largo debido al tráfico espeso en la ciudad catalana.

En esa misma ciudad, Alfred se encontraba frente a su armario entre agobiado y desesperado.

- Vamos, Alfred, si tú estás guapo con lo que te pongas.- le dice Mireya sentada en su cama. Alfred le ha invitado a pasar el día con él, así alguien le ayudará a controlar sus nervios.

- Es que no sé qué ponerme, Mireya, de verdad. Ayúdame.- dice él dejándose caer a su lado sobre la cama.

Mireya se tumba a su lado y le mira. Su amigo está demasiaso nervioso, ha ido a su casa a ayudarle a calmarlos pero es muy complicado, ya que él es muy perfeccionista. Ella se levanta y rebusca en su armario. Conociendo el estilo de su amigo, encuentra lo que ella cree que puede gustarle lo suficiente: una camisa azul estampada con rosas blancas pequeñas y unos pantalones vaqueros. Es muy simple, pero Alfred es así, un enamorado de las cosas simples de la vida, un poeta que sabe cantar sus letras y sabe transmitirlas a través de su música. Aún recuerda esa vez que compuso un pequeña obra para trombón, cuando aún eran unos jóvenes estudiantes de música. Ya destacaba por su genialidad desde bien pequeño.

Alfred observa el conjunto que Mireya le tiende. Realmente le gusta porque es muy él, se siente muy identificado. Aún así duda.

- ¿No crees que debería ir a comprarme algo especial para la ocasión?- le pregunta él.

Mireya suspira cansada.

- Alfred, tienes que ser tú mismo. Eso que te diferencia del resto de artistas en el mundo y que va a llamar la atención de alguna discográfica.- dice la chica, con el aletere saca su acento más basto.- Así que deja de marear la perdiz, así vas a estar bien guapo. Deberías irte ya, además.- le aconseja más tranquila tras el primer regaño.- Vas a llegar tarde al ensayo.

Alfred mira la hora en la pantalla de su móvil, donde ve que Raoul ha actualizado sus redes sociales. Le da la razón a Mireya y se levanta para irse junto a ella a la calle. En la calle se despiden porque se dirigen a direcciones opuestas, Mireya va a su casa, Alfred va al Palau Sant Jordi a ensayar y luego se reunirán a comer para organizar el día de mañana.

Limerencia |RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora