Nautilus parte 3

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Nautilus se aferró a la cadena del ancla, su última conexión con el mundo de la superficie, y se lanzó hacia arriba a pesar de que la cosa que había bajo sus pies intentaba arrastrarlo con ella. Pero pesaba demasiado. Cuando sus gigantescos dedos de metal estaban a punto de salir al exterior, la cadena se rompió. Nautilus gritó dentro de la escafandra, pero nadie pudo oírlo. Se precipitó de nuevo hacia el torbellino tenebroso, todavía aferrado desesperadamente a la cadena. Oscuros zarcillos lo rodearon, y lo único que pudo hacer fue contemplar como se desvanecía la oscura silueta del barco. Después, todo se volvió negro.

Cuando Nautilus se despertó en el lecho oceánico, algo había cambiado en él. La oscuridad ya no podía hacerle daño. La enorme escafandra se le había pegado al cuerpo como una segunda piel, ocultando el vínculo que el poder primordial había creado con su espíritu. Atrapado en las profundidades abisales, una sola idea se aferraba a su mente: la promesa rota del nuevo capitán.

Nautilus juró que todos pagarían el tributo del océano. Se iba a encargar personalmente de ello.

Impulsado por ese pensamiento, se encaminó hacia la superficie. Cuando llegó a Aguas Estancadas ya habían pasado años, y no logró encontrar rastro alguno del capitán ni la tripulación. No había ninguna vida que retomar ni venganza que se pudiera cobrar. Así pues, regresó al mar y dio rienda suelta a su ira destrozando los barcos de los avariciosos con su enorme ancla.

A veces, en el rumor de las olas, afloran de las profundidades recuerdos remotos de quien era antes... pero el hombre en el interior de Nautilus seguirá siempre ahogado justo bajo la superficie.

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