Tryndamere, El rey bárbaro

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Cuando Tryndamere llegó al mundo, solo conocía la dureza de la supervivencia, pues las heladas estepas en las que moraba su clan nunca se descongelaban. Aunque alababan a todos los dioses antiguos de Freljord y también al culto de las Tres Hermanas, a quien se encomendaban más frecuentemente era a una deidad espíritu conocida por asolar la tundra: un suculento señor de los colmillos inmortal. Puesto que las materias primas necesarias para hacer armaduras escaseaban, el clan dedicó sus recursos a la forja de magníficas espadas, inspiradas en los colmillos marfiles de su dios.

La resistencia y el talento para los duelos del pueblo de Tryndamere se tornaron legendarias. Fueron capaces de ahuyentar a otras tribus asaltantes, matar a las descomunales bestias de las montañas y expulsar la invasión de Noxus hacia el sur. El propio Tryndamere se convirtió en un guerrero impetuoso y formidable, pero su verdadera fuerza no se hizo patente hasta una noche de pleno invierno especialmente cruel. Una tormenta poco corriente entró desde el este acompañada de una oscuridad helada, y una imponente silueta con cuernos se perfiló frente a la luna llena.

Hubo personas del clan que se arrodillaron creyendo que su dios jabalí estaba allí. La criatura emanaba magia ancestral, era cierto, pero no pertenecía a Freljord... y los que estaban de rodillas fueron los primeros en morir.

Tryndamere observaba horrorizado. Sintió como una crudeza enloquecedora se apoderaba de él al ver la espada cruel y viviente del invasor. Movido por la sed de sangre o por alguna otra demencia, Tryndamere alzó su espada y emitió un rugido desafiante.

La figura oscura lo apartó a un lado como si de un insecto se tratase.

Tryndamere yacía rodeado de muertos sobre la nieve casi negra, impregnada por la sangre. Exhaló lo que él pensó que serían sus últimos suspiros mientras la criatura se acercaba y comenzó a hablar. Tryndamere trató de ceñirse a las extrañas y arcaicas palabras que pronunciaba, pero cuando su fuerza vital lo abandonó, lo que se quedó marcado a fuego en la memoria del joven guerrero fue la risa de aquel ser.

Pero Tryndamere no murió esa noche. Lo revivió una rabia muy distinta a todo lo que había experimentado hasta entonces. Miró al horizonte oriental, decidido a vengarse no solo por la aniquilación de su clan, sino también por la profanación de su propio orgullo marcial.

Sin embargo, lo que las estepas le ofrecieron no fue precisamente venganza. Había supervivientes y no durarían mucho si Tryndamere no conseguía dar con otros que les proporcionaran refugio. Los noxianos estaban al sur, la Guardia de Hielo en el norte y la figura oscura había venido del este. Al oeste, corrían rumores de que algunas tribus se estaban congregando ante la supuesta reencarnación de Avarosa; puede que antes hubiera desestimado esas descabelladas habladurías, pero ahora sabía que eran su único recurso.

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