Taric parte 2

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Llegó un punto en el que ni siquiera su antiguo amigo pudo protegerlo, y la carrera militar de Taric comenzó a derrumbarse. Fue degradado una vez tras otra y alejado cada vez más del centro de Demacia, hasta que se encontró comandando a un pequeño grupo de reclutas asignado a la defensa de una irrelevante fortaleza en ruinas, cerca de la zona fronteriza. Después de pasar semanas en el barro y bajo la lluvia tal como le habían ordenado y sin ningún peligro evidente, Taric dejó a sus hombres durmiendo y se adentró en un templo cercano para apreciar su arquitectura ciclópea.

Cuando la luz matutina se coló en el templo por el claustro, Taric decidió volver a la Fortaleza y ver cómo estaban sus hombres. Lo que se encontró al llegar era una carnicería. Sus tropas habían sido masacradas mientras dormían, y los cuerpos tenían el distintivo mordisco de los monstruosos depredadores del Vacío.

Taric había fallado a sus hombres, a su país y lo más doloroso de todo, su misión personal de proteger la vida.

Cuando volvió a Demacia, a Taric le fue arrebatado su rango, y Garen lo sentenció a "la corona de piedra", una ceremonia en la que el soldado sin honor debía ascender el monte Targon. Todo el mundo lo consideraba una sentencia de muerte, ya que había muy pocos mortales que hubieran sobrevivido al ascenso.

Y aunque los soldados deshonrados solían aprovechar aquella condena para comenzar una nueva vida en el exilio, Taric decidió expiar su error de verdad y emprendió el viaje hacia la cima del monte Targon.

La ascensión casi se cobró su vida varias veces, en cuerpo y alma, pero Taric siguió avanzando a pesar del dolor, del remordimiento de su error, de los fantasmas de sus hombres caídos y del resto de pruebas que le impuso la montaña.

Cuando se acercaba a la cima, Taric se tuvo que enfrentar a una miríada de realidades en conflicto que no parecía tener fin, y cada una de aquellas realidades distorsionadas le ofrecía una nueva visión horrible. Taric presenció la infinidad de destinos que podían aguardar a quienes no tenían a nadie que los protegiera en tiempos de crisis. Vio la Biblioteca de Alabastro engullida por las llamas, y a pesar de ello se adentró en aquel infierno ardiente para recuperar la poesía de Tung. Gritó de rabia cuando uno de los Vigilantes empujó al último de los venados oníricos por un precipicio, e incluso saltó al vacío en un intento desesperado de salvarlo. Se encontró ante las grandes puertas de ébano de Noxus, y cayó de rodillas al contemplar el cuerpo de Garen destrozado y encadenado como un aviso.

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