Nunu y Willump parte 3

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La civilización yeti, una raza noble y antigua que tiempo atrás controlaba las montañas de Freljord, conoció su destrucción en un cataclismo de hielo. Un yeti, forzado a ver a sus hermanos caer en el salvajismo tras verse despojados de su magia, juró proteger lo que quedaba del poder de los suyos: una gema que atrapaba la luz de los sueños helados de la mente de cualquier mortal que anduviera cerca.

Era el último yeti con magia, y un guardián cuya forma perfilaban las percepciones. Había sido elegido para salvaguardar la magia hasta que volviesen a necesitarla, pero no encontraba a ningún recipiente digno. Los hombres que se colaban en las ruinas de su hogar solo albergaban malicia... por eso se encontraban con un monstruo que les recibía con colmillos y garras.

Pero el guardián sabía que olvidaba algo. Su nombre... y los nombres de aquellos que había querido...

Antaño fueron una canción.

Pero todo cambió el día en que un niño tropezó con sus ruinas. Tras siglos de ininterrumpida vigilia, el monstruo estaba dispuesto a acabar con la vida del muchacho, y sintió crecer la furia dentro de él a medida que notaba la proximidad de un humano.

De forma inesperada, la gema conformó cuatro imágenes de héroes que mataban dragones y decapitaban serpientes ancestrales, imágenes que provenían de la mente del chico. El niño rugió, sosteniendo su flauta como si de una temible espada se tratara. Pero el ataque nunca se produjo; es más, mientras el niño veía a héroes que daban vueltas a su alrededor, se percató de las profundas verdades que escondían las canciones de su madre...

Cuando miró de frente al guardián, lo que vio no fue un monstruo. Vio a alguien que necesitaba a un amigo.

Todavía furioso, el yeti no se esperó recibir esa primera bola de nieve en la cara. Ni la segunda. ¡Guerra de bolas de nieve! El guardián, primero rabioso, después estupefacto y, por último, con dicha, se unió a la guerra; y ya no era el temor lo que perfilaba su forma, sino la imaginación de un niño. Cada vez era más peludito y más amigable. Sus rugidos se convirtieron en carcajadas.

Hasta que la bestia rompió sin querer la flauta del niño.

El niño empezó a llorar y el guardián sintió cómo una tristeza familiar empezaba a tomar forma entorno a la gema. Durante siglos, había mirado dentro de ella y solo había visto el fin de los suyos: la amenaza que habían enterrado, la traición de la ciega; y, ahora, sin embargo, veía arder una caravana entera. Y escuchó una voz en el viento. Y sintió algo más dentro del pequeño, algo que no había percibido nunca en un humano, ni siquiera en las tres hermanas que hace tanto habían ido a buscarle. Era amor, un amor que luchaba contra la desesperanza.

En ese momento, el guardián supo que la única esperanza que le quedaba a Freljord estaba en el poder que ya moraba en el interior de ese niño. La magia que había estado custodiando era una mera herramienta; lo que de verdad importaba era el corazón que le diera forma. Con un gesto, la magia se trasladó de la gema al interior del niño, lo que le confirió el poder de hacer real lo que imaginara. El poder de reparar su flauta, que se congeló entre sueños que se endurecieron hasta formar Hielo Puro.

De imaginar un mejor amigo llamado "Willump".

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