Renekton parte 3

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La ciudad al completo se reunió para ser testigo del sagrado ritual, pero la trágica enfermedad había causado ya sus terribles estragos y Nasus carecía de la fuerza suficiente para subir los escalones del Estrado de la Ascensión. En un acto de amor y sacrificio extremos, Renekton alzó a su hermano en brazos y subió los últimos peldaños, convencido de que aquel gesto lo conduciría a la muerte debido a las energías sagradas del disco solar. Lo consideraba un sacrificio menor si con él garantizaba que la leyenda de su hermano perdurase. No en vano era solo un guerrero, si bien talentoso, mientras que su hermano era un erudito, pensador y general sin igual. Renekton sabía que Shurima necesitaría a Nasus en los años venideros.

Sin embargo, Renekton no fue destruido. Bajo el cegador resplandor del disco solar, ambos hermanos fueron elevados y transformados. Cuando la luz se desvaneció, dos poderosas criaturas Ascendidas se aparecieron ante los espectadores; Nasus en su esbelto cuerpo con cabeza de chacal, y Renekton con su imponente forma de cocodrilo. Sus cuerpos eran apropiados: el chacal a menudo se consideraba una de las bestias más inteligentes y astutas, mientras que la agresividad intrépida del cocodrilo le quedaba a Renekton como un guante. Shurima dio gracias a los poderes divinos por aquellos nuevos semidioses y guardianes del imperio.

Renekton había sido un portentoso héroe de guerra, pero ahora era un ser Ascendido dotado de un poder incomprensible para el común de los mortales. Poseía mayor fuerza y velocidad que cualquier humano y parecía prácticamente inmune al dolor. Aunque los seres Ascendidos no eran inmortales, su esperanza de vida era mucho mayor de lo normal, lo que les permitía servir al imperio durante cientos de años.

Con Renekton al frente de los ejércitos de Shurima, el poderío militar del imperio era imparable. Siempre había sido un guerrero feroz y un comandante despiadado, pero su nueva forma le otorgaba un poder inimaginable. Lideró a los soldados shurimanos en incontables victorias sangrientas, y jamás tuvo ni esperó clemencia. Su leyenda se extendió más allá de los confines del imperio, y fueron sus enemigos los que lo apodaron el Carnicero de las Arenas, sobrenombre que aceptó gustoso.

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