Nasus parte 4

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Aquel día los hermanos estuvieron más cerca que nunca de batirse en duelo, espadas en ristre en el centro de la ciudad. Ante la severa mirada de decepción de su hermano, la sed de sangre de Renekton se calmó. Finalmente, bajó el arma y se marchó, avergonzado.

Durante los siglos que siguieron a aquel episodio, Nasus centró toda su energía en aprender cuanto pudiera. Recorrió durante años cada rincón del desierto en busca de antiguos saberes y artefactos, lo que le llevaría a descubrir la legendaria Tumba de los Emperadores, oculta bajo la capital de Shurima.

Tanto Nasus como Renekton se hallaban lejos de la ciudad cuando se produjo el trágico ritual de Ascensión de Azir, el joven emperador traicionado por su consejero más cercano, el mago Xerath. Los hermanos habían caído en la trampa, y aunque regresaron a toda velocidad, llegaron demasiado tarde. Azir estaba muerto, igual que gran parte de los ciudadanos de la capital. Llenos de rabia y dolor, Nasus y Renekton lucharon contra el malévolo ser de pura energía en el que se había convertido Xerath.

Incapaces de acabar con él, intentaron contenerlo en un sarcófago mágico, pero ni siquiera eso bastó para neutralizarlo. Renekton, quizá en un intento de redimirse por lo acontecido en Nashramae años atrás, agarró a Xerath y lo arrastró al interior de la Tumba de los Emperadores; acto seguido, rogó a su hermano que sellara las puertas. Nasus se resistió, desesperado por encontrar una alternativa. Pero no había otra opción. Con hondo pesar, selló las puertas de aquel templo, condenando a Xerath y a su hermano a una eternidad entre tinieblas.

El imperio shurimano se colapsó. De su gran capital quedaron solo las ruinas, y el sagrado disco solar cayó del cielo, vaciado de todo poder por la magia de Xerath. Sin él, las aguas divinas que manaban de la ciudad se secaron, lo que sumió a Shurima en un estado de muerte y hambruna.

Cargado con el remordimiento de haber condenado a su hermano a la oscuridad, Nasus se entregó al desierto, vagando por la arena sin más compañía que su dolor y los fantasmas del pasado. Melancólico, recorrió las ciudades muertas de Shurima, testigo del inexorable avance del desierto que devoraba una a una cada urbe, y lloró por la caída del imperio y la desaparición de su pueblo. Convertido en un nómada solitario y enjuto, aceptó su aislamiento. En ocasiones, algún viajero decía haberlo visto instantes antes de que desapareciera en una tormenta de arena o en la niebla de la mañana. Pocos creían estas historias, y Nasus se convirtió en una simple leyenda.

Pasados los siglos, Nasus apenas recordaba su vida anterior y su antiguo objetivo, hasta que un día redescubrieron la ya enterrada Tumba de los Emperadores y rompieron su sello. En ese preciso instante, supo que Xerath había sido liberado.

Un antiguo vigor sacudió su pecho y, mientras Shurima emergía de entre las arenas, Nasus atravesó el desierto rumbo a la ciudad renacida. Aunque sabía que habría de enfrentarse de nuevo a Xerath, la esperanza le invadía por primera vez en milenios. Además del posible auge de un nuevo imperio shurimano, albergaba la ilusión de un ansiado reencuentro con su amado hermano.

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