Yasuo, La espada sin honor

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Cuando era niño, Yasuo se creía lo que los demás en su pueblo decían de él. En los mejores días, su propia existencia era un error de juicio. En los peores, era un error que nunca podría deshacerse.
Como en casi todo lo que duele, había algo de verdad en ello. Su madre era una viuda que ya criaba a un hijo pequeño, cuando el hombre que sería el padre de Yasuo llegó a su vida como un viento otoñal. Y, al igual que esa época solitaria, se había ido otra vez antes de que el manto del invierno jonio se estableciera sobre la pequeña familia.
Aunque el hermano mayor de Yasuo, Yone, era todo lo que Yasuo no era (respetuoso, prudente y concienzudo), los dos eran inseparables. Cuando otros niños se metían con Yasuo, Yone salía a defenderlo. Pero la paciencia que le faltaba a Yasuo la compensaba con determinación. Cuando Yone comenzó su aprendizaje en la famosa escuela de samuráis del pueblo, el joven Yasuo lo siguió, esperando fuera bajo la lluvia monzónica hasta que los maestros cedieron y abrieron las puertas.
Para gran disgusto de sus nuevos compañeros, Yasuo mostró un talento natural y se convirtió en el único estudiante en varias generaciones en captar la atención del anciano Souma, el último maestro de la legendaria técnica de viento. El anciano vio el potencial de Yasuo, pero el alumno era conocido por desoír la mayoría de las enseñanzas, como si de un torbellino se tratase. Yone suplicó a su hermano que dejara de lado su arrogancia regalándole una semilla de arce, la mayor lección de humildad de la escuela. A la mañana siguiente, Yasuo aceptó el puesto de aprendiz y guardaespaldas de Souma.
Cuando la noticia de la invasión noxiana llegó a la escuela, algunos se sintieron inspirados por la gran resistencia del Placidium de Navori, y pronto la aldea se quedó sin personas físicamente capaces. Yasuo anhelaba incorporar su espada a la causa, pero, incluso cuando sus compañeros de clase y su hermano se fueron a luchar, se le ordenó permanecer y proteger a los ancianos.
La invasión se convirtió en una guerra. Finalmente, en una noche lluviosa, se oyeron los tambores de una marcha noxiana en el valle de al lado. Yasuo abandonó su puesto, creyendo ingenuamente que podía cambiar las tornas.
Pero no encontró ninguna batalla, solo una tumba para cientos de cadáveres noxianos y jonios. Algo terrible y antinatural había sucedido ahí, algo que ninguna espada podría haber detenido. Parecía haber mancillado la propia tierra.
Sereno, Yasuo regresó a la escuela al día siguiente, solo para encontrarse rodeado por los estudiantes restantes con sus espadas desenvainadas. El anciano Souma había muerto, y Yasuo fue acusado no solo de negligencia, sino de asesinato. Se dio cuenta de que el verdadero asesino quedaría sin castigo si no actuaba rápidamente, por lo que luchó para liberarse, aunque sabía que esto confirmaría su aparente culpa.
Yasuo, ahora convertido en fugitivo en la devastada Jonia, se propuso encontrar alguna pista que le llevara hasta el asesino. Mientras tanto, sus antiguos aliados le daban caza, lo que lo obligaba continuamente a luchar o a morir.

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