Syndra, La soberana oscura

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Cuando era una niña pequeña en Navori, Syndra se distraía fácilmente. Solía quedarse ensimismada con la mágica belleza de un estanque eclipsado en la sombra o con el rastro que dejaban los azucarabajos cuando subían por la pared. Cada vez que se dejaba sin hacer las tareas del hogar, su madre la reñía con severidad por su falta de concentración. Syndra siempre se llevaba la culpa, hasta cuando la leche se agriaba o cuando a la familia le sucedía cualquier otro percance.

Evard, su hermano mayor, era quien más se ensañaba con ella. Syndra solía huir a su escondite favorito: el sauce fantasma, un árbol sagrado para la gente de su aldea. Allí pasaba horas sola susurrándole al árbol para hallar consuelo. Una calurosa tarde, Evard y sus amigos la siguieron sin que ella se diera cuenta. Se burlaron de sus lágrimas infantiles. La vergüenza y rabia de la niña iban en aumento mientras intentaba hacer oídos sordos a los insultos que recibía, hasta que uno de ellos le lanzó una bola de barro a la cabeza.

Syndra no pudo controlar más sus emociones. Como si de un volcán se tratara, toda su ira emergió de su interior en forma de brillantes orbes oscuros mágicos que cargaban el peso de su angustia.

Esa poderosa capacidad que tenía Syndra había estado latente hasta entonces. Centelleaba con una colérica fuerza; como perlas de energía negativa que absorbían magia espiritual del mundo que la rodeaba, los orbes drenaron la esencia vital del sauce fantasma. Evard y sus amigos retrocedieron horrorizados cuando el viejo árbol empezó a retorcerse, y su corteza a marchitarse y volverse negra como el alquitrán.

Desprovistos del sauce fantasma, los aldeanos empezaron a temer que su conexión con el espíritu de Jonia se hubiese roto, y culparon a la familia de Syndra. Se vieron obligados a buscar un nuevo hogar, pues todos se habían vuelto temerosos de la magia de Syndra.

Tras meses de viaje, alcanzaron la costa, donde se encontraron a un sacerdote ermitaño llamado Konigen. Este les habló de su hogar en la isla de Fae'lor: allí enseñaba a aquellos que querían aprender a controlar su desenfrenada magia. La familia de Syndra no contempló ninguna otra opción: quizá aquel hombre consiguiera lo que ellos no pudieron. La joven Syndra subió los empinados escalones de un templo construido siglos atrás con piedra oscura que se erigía frente al mar. Aunque echaba de menos su antigua vida, procuraba empaparse de la sabiduría de su maestro y ponía todo su esfuerzo en templar sus emociones.

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