Zyra, La dama de espinas

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La memoria de Zyra abarca mucho y es tan profunda como las raíces de la tierra. Su especie aún era joven cuando estallaron las Guerras Rúnicas, cuando ejércitos de mortales pelearon unos contra otros por las mismísimas claves de la creación.
Ocultos en las junglas del sur de Kumungu, en algún punto entre los inmensos ríos que dividen Shurima del este, se encuentran los legendarios Jardines de Zyr. El efecto de las magias elementales había transformado la tierra que había allí de formas extrañas e impredecibles, lo que había propiciado la aparición de unas plantas carnívoras terribles que apresaban a cualquier criatura que tuvieran a su alcance. Infestaban y devoraban, sin importarles lo más mínimo los conflictos de los mortales, conformes simplemente con enrollar sus vides en bosques y pantanos. A su manera, todas eran Zyra... y alimento había de sobra, incluso en medio de un conflicto bélico.
Una pequeña compañía de soldados, cuya lealtad habían perdido hacía ya mucho tiempo, marchaba a través de esos terrenos en busca de algún premio ahora ya olvidado. Su guía era una hechicera ambiciosa, pero estaban lejos de casa, destinados a sucumbir a los humos tóxicos y las esporas de aquel lugar maldito.
Las pobladoras de los Jardines se cernieron sobre ellos y los fustigaron con sus espinados zarcillos hasta atravesarles la armadura y la carne con una facilidad bastante sádica. Aunque lucharon con valentía, los guerreros sabían que no aguantarían mucho y acudieron a su hechicera para que los salvara. Esta reunió sus poderes y desencadenó una potente explosión. En el aire ardieron símbolos rúnicos con una misteriosa luz incluso con el sobrecrecimiento espinoso cerca.
En ese preciso instante, una chispa rebelde prendió los gases del pantano y la explosión de magia que se ocasionó exterminó a todo ser vivo en un radio de muchos kilómetros. De los pocos que sobrevivieron a las Guerras Rúnicas, ninguno conocería nunca la suerte que habían corrido los Jardines de Zyr.
Pasaron siglos. Las tierras en las que había acontecido la batalla estaban desiertas, no había vida alguna en la superficie... pero, en las profundidades, algo se agitaba. Ya hacía tiempo que las energías que allí se desataron se habían instalado y cuajado, alimentadas por lo caído. Un tegumento protuberante que palpitaba con vida antinatural, hasta que una criatura se abrió camino con sus uñas hasta asomarse, jadeante y confusa.
Contempló un mundo roto y diferente, rebosante de renovada vitalidad y nuevas ideas. Su mente era un puzle de recuerdos contradictorios procedentes de las margosas tierras, forzado a conformar su conciencia incipiente. Podía recordar la calidez del sol, el sabor de la lluvia, palabras de poder y la agonía de un centenar de muertes mortales.
La criatura se llamaba a sí misma Zyra, sin saber muy bien por qué.
Cuando inició su marcha por las áreas forestales dejando atrás su lugar de nacimiento, Zyra se fue dando cuenta de que era distinta a todas las demás criaturas con las que se topaba. Los mortales eran seres asustadizos y desagradables, mientras que entidades más etéreas solían ser caprichosas o prepotentes. Ninguna parecía respetar los reinos que habitaban: lo despojaban todo con su mera presencia y eso despertó una gran ira y despreció en Zyra. Casi sin invitación, comenzó a brotar nueva vida en sus pisadas: formas vegetales voraces que cambiaban y evolucionaban bajo su mirada, lanzaban púas venenosas o germinaban zarcillos a una velocidad alarmante.
Zyra, desraizada y libre para marcharse, siguió nutriéndose y creciendo junto a su mortífera progenie, sin olvidar exterminar cualquier otra forma de vida del mundo. Ha asolado tierras de cultivo, arrasado asentamientos enteros y ha molido a los guerreros lo bastante valientes o estúpidos como para enfrentarse a ella; tras lo cual ha dejado siempre una colección de monstruosidades botánicas como estela.
Desde que los ríos de Shurima volvieron a correr de nuevo, se ha avistado una extraña flora en sus márgenes, una flora que se va propagando poco a poco hacia el oeste. Surja de la tierra o purificada por el fuego, su crecimiento no parece frenarse...

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