Nidalee, La cazadora bestial

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Lejos, muy lejos de los inhóspitos desiertos del Gran Sai, por encima de las llanuras de la sabana y las estepas de la montaña, se encuentran las inmensas junglas de Shurima. Envueltas en misterio, son el hogar de bestias salvajes y fantásticas, así como de profundos bosques rebosantes de vida. Sin embargo, a pesar de la abrumadora belleza que esconde, el peligro y la muerte acechan en igual medida.

Nadie sabe cómo llegó Nidalee a quedarse sola en el corazón de la jungla. Vestida con poco más que unos harapos, la pequeña se sentó sobre el terreno frondoso y el eco de su llanto resonó entre las copas de los árboles.

Sin duda alguna, fue eso lo que condujo a los pumas allí.

La madre, que deambulaba con sus cachorros, se acercó a la niña abandonada, quizá atraída por el aroma de algo que le resultaba familiar... o al menos de algo que valía la pena salvar. Aceptó a Nidalee sin vacilar y se las apañó para conducirla hasta su guarida, medio guiándola, medio arrastrándola.

La niña creció acompañada de las bestias, arañando y jugando junto a sus nuevos hermanos, sin contacto alguno con su especie ni con nadie perteneciente a la sociedad mortal. Los pumas criaron a Nidalee como si de una criatura del bosque se tratara y, con el paso de los años, se convirtió en una diestra cazadora. Sin embargo, mientras que sus guardianes se inclinaban por los dientes y las garras, Nidalee aprendió a sacar provecho de sus alrededores. Elaboraba ungüentos curativos a partir de frutos de miel, buscaba con curiosidad flores resplandecientes para iluminar la noche y hasta usaba semillas explosivas para volar por los aires a los territoriales lóbregos.

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