Capítulo 60: Sosiego

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Las cigarras aun canturreaban a coro ese día de otoño, el sol impasible llegaba de llenó hasta las calles y los techos de las casas de aquella residencial. La mañana del sábado, pocos minutos antes de las nueve. Los héroes se encontraban saliendo de la mansión de los Yakuza. Los policías custodiaban a los mafiosos menores hasta las celdas de los carros blindados que acababan de llegar, despertando a unos cuantos civiles, pocos curiosos salieron a las calles a ver los que estaba pasando.

Las ambulancias no tardaron en llegar, siendo seguidas en todo su trayecto hasta el frente del gran portón de madera, sus estruendosas sirenas invadieron el aire. Los carros de la policía se fueron llenando de amontones, para las ambulancias, fue todo lo contrario. De los héroes que habían ingresado al laberinto subterráneo, apenas cuatro habían salido lastimados. El equipo de Yûki se encargó de las lecciones menores de los oficiales y de los pocos héroes que habían permanecido en la superficie, por lo que las necesidades de revisión bajaron.

La misión había terminado y todo el mundo se encontraba aliviado, animado por la victoria y la captura de los Yakuza. El equipo especial de la fuerza militar investigo por todo el edifico, hasta encontrar al antiguo jefe de los Ocho Preceptos de la Muerte, en estado de coma. Fue llevado hasta uno de los carros blindados, se consideraba una de las cuantas ambulancias para villanos que habían llegado.

Yûki regresó los pasadizos a la normalidad, dándole paso a todo el equipo de Fatgum al área. ¡¿Qué rayos había pasado con el mayor?! Su cuerpo ya no parecía más el de un Totoro. Dejaron la explicación de lado cuando escucharon el sonar de las sirenas sobre sus cabezas. Mirio cargo cuidadosamente a Eri en brazos, la pequeña estaba inconscientemente exhausta, y una fiebre amenazaba su frente, ordenándole a pequeñas gotas resbalar por su rostro para reajustar su temperatura corporal; el rubio también estaba cansado, con contadas heridas menores por todo el cuerpo, no le impedirían poner a la menor a salvo.

El Avatar cargó a Deku hasta una de las ambulancias, que esperaban el acenso de los héroes en la superficie. Entró en una de ellas seguida por Togata. Recostó al peliverde en la camilla, retrocediendo para que el paramédico tensara las cintas de seguridad alrededor de su cuerpo. El médico salió de la parte interna al asegurarse de que Mirio estuviera en el sitio correcto para el trayecto para ayudar a los de heridas menores, al bajar el botiquín consigo. Yûki le dirigió un ademan para que esperara a cerrar las puertas, asintió agradecido, corriendo hacia sus colegas. La castaña asomó la cabeza, dirigiéndose hacia su equipo, les asintió firme en una orden indirecta. Las chicas devolvieron el gesto, girándose para asegurar el área, y después retirarse.

Yûki cerró las puertas, asegurándolas antes de girarse y caminar hasta el vidrio templado paralelo que conectaba con la cabina, dio unos pequeños golpes contra este, indicándole al conductor que podía proceder. El vehículo comenzó a moverse con sus características vibraciones, la castaña bajo una de los compartimentos incrustados en el techo, sacando una mascarilla de aire que conectó a la bala portátil a una lateral de la camilla, colocándosela a Izuku una vez estuvo lista.

El pobre estaba exhausto, la ayuda artificial para la inhalación de oxigeno no era del todo necesaria para este caso; mas sus pulmones regresarían a la normalidad con mayor velocidad si se practicaba. La ambulancia saltaba en los pequeños topes de las calles de la zona urbana que impedían el incremento descuidado de la aceleración. Apenas unos minutos bastaron para llegar hasta una avenida. Mirio se acomodó en su asiento, tratando de mover lo menos posible a Eri. Yûki sacó una bolsa de hielo se lo compartimentos a la altura de su cabeza.

–Ponle esto en la frente –le acercó la bolsa a Mirio.

Togata la aceptó algo confundido y sorprendido, obedeció, contemplando los leves gestos de incomodidad que se reflejaban en el rostro de la niña. Yûki se tiró sobre los asientos paralelos, extendiendo un brazo sobre el respaldo y sobando su frente con la otra mano. La súbita concentración que requería para que su ki se mantuviera por los niveles más bajos, le estaba generando un dolor de cabeza. Un mal presagio para sus problemas cardiacos. Suspiró cansada, irguiéndose en busca de un prototipo en su cinturón utilitario.

La Leyenda de Yûki San [#PlusUltra19]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora