17: Escarlata

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Mamá estaba despierta.

No me había notado, así que me acerque a ella con prisa agitando mis brazos queriendo saber qué le pasaba y cómo se encontraba. Sus ojos color miel examinaron la habitación como si no supiera donde se encontraba. Parecía confundida. Seguramente se preguntaba ¿cómo había llegado a su recamara?.

—¿Mamá?—Busque su mirada mientras me acercaba poco a poco. Se llevo una mano a la cabeza y se quejo. Su cuello estaba rojo y reconocí que era por la fuerza ejercida de aquel Askano. Solo esperaba que desapareciera antes de que mamá se viera en un espejo porque eso daría paso a muchas preguntas. Preguntas que no podia contestar.

—No me siento muy bien.— Dijo cerrando sus ojos tan fuerte que se le arrugó la frente. Me acerque y puse mi mano en su frente. Estaba caliente. Fiebre.

—Mamá tienes fiebre.—Mencione lo obvio.

Se volvió a recostar con lentitud en la cama dejando caer su cabeza en la almohada.

—Si creo que si.

—Comenzaba a preocuparme por ti porque no despertabas.— Intente disimular que no sabia la razón por la cual tenia aquella fiebre tan repentina. No sabia si recordaría algo, pero al parecer, Evan tenia razón. Mamá, hasta ahora, no recordaba nada.

—Creo que me levantare cuando me sienta mejor.—Volvió a quejarse frunciendo el ceño.—Mi cabeza. Auch, Duele.—Se acomodo sentándose un poco de nuevo. —Emma, ¿podrías traerme algo para el dolor?

—Claro.

— Los medicamentos están arriba en la alacena. Busca algo que diga para fiebre, dolor de cabeza. . . lo que sea esta bien.

Fui en busca del medicamento que ella necesitaba con prisa y después de que las tomará fui a servirle la comida, necesitaba recuperar sus fuerzas, su energía, así que lo mejor seria que comiera algo.

Deje el plato y vaso a lado de su cama en la mesita de café. —Gracias cariño.— Murmuró suavemente. Sus ojos cansados me observaron y tomó un poco del vaso con agua que le había traído. El color de su cuello se estaba haciendo cada vez más débil. Pero aún podías ver el rojo marcando facciones en su cuello.

Tragó el agua con dificultad y siguió hablando. —Emma, necesito pedirte otro favor.—Cada vez que hablaba se le notaba el agotamiento en su voz. Asentí varias veces mordiendo uno de mis labios, esperando a saber que me pediría hacer.—Necesito que vayas con la Señora Russel y le digas que no voy a ir a su casa este día y ayúdale con lo que puedas. Por favor.

—Claro mamá. Pero. . . intenta comer ¿si?.

Asintió y con eso me fui. Tomé unos tenis negros deportivos y muy sucios. Lleve conmigo mis cuchillos y los guarde en el bolsillo trasero. Desde ahora tenia que tomarme en serio eso de "el mundo ya no es seguro". Los cuchillos serian mi prioridad desde este momento. Ya no saldría de casa sin ellos.

Cerré la puerta detrás de mí. Estaba nublado y el sol estaba bastante oculto por las nubes densas, el ambiente estaba húmedo y a lo lejos podia ver como las nubes grises escondían la punta de los pinos altos y las montañas. Baje los escalones y comencé a caminar hasta la casa de la Señora Russel.

Solo pocas veces había entrado a la casa Russel. Los espacios de aquella casa eran bastante pequeños, mamá una vez me explico que esto era porque la señora Russel hizo ampliaciones a las recamaras para que sus hijos tuvieran más espacio y estuvieran más... cómodos. Sin embargo, eso era antes. Ahora la señora Russel estaba sola y con dolor de espalda, lo que no le facilitaba levantarse. Además de que su vista ya no era la mejor y sus lentes los había perdido hace mucho. En fin, la señora Russel necesitaba de alguien. Y nosotras, mamá y yo. Estábamos dispuestas a ayudarle en lo que fuera. Claro que, mamá ponía más de su parte. Ella amaba cuidar a las personas.

ELEMENTOS: Amor de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora