Prólogo

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Historia especialmente dedicada a mi gran amiga Iara, porque ella siempre me apoya y comparte mis macabros mundos en los que no existen límites. Para tí, mi sádica princesa. 

Agradecer también a Rebeca, mi  mejor amiga de la infancia, por sus grandes palabras de apoyo, que me han hecho recuperar la confianza en mí misma y creer en mi talento, ese que a veces dudo tener. 

 

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''Nunca sabes cuan fuerte eres hasta que ser fuerte es la única opción que tienes, y cuando eso sucede, eres intocable''  

Chuck Palahniuk.

—¡Alan!—Mi madre se me tira a los brazos, a lo que intento sonreír, hace demasiado que no gesticulo esa expresión, ya ni recuerdo como se hace. —Por fin estás de vuelta en casa.—Sus manos me toman por las mejillas, tengo dieciocho años recién cumplidos, y salí de este mugriento sitio con a penas ocho.

Me fui siendo un niño, regresé siendo un monstruo.

—¡Bienvenido a casa, Alan!— Demasiadas voces en mi cabeza, cierro los ojos por la molestia del ruido, abrazos, preguntas y promesas de hacer cosas juntos, detesto a mi familia, quemaría la casa entera con ellos dentro.

—Cariño, ¿quieres probar la tarta? la ha hecho tu abuela con todo el amor del mundo.

Mis ojos viajan hacia la mujer anciana que está sentada en su silla de ruedas, sus mirada me observa y sé que puede verme, porque ella fue quien me acusó y la culpable de que me encerraran.

Ah, abuela, tantas ganas de verte.

—Claro que sí.—Pronuncio mi sonrisa.

—¿Te han quitado ya las ganas de ir  matando animales inocentes en ese centro, pequeño diablo?—Me pregunta, cuando sus manos temblorosas me abrazan, yo la aprieto entre mis fuertes brazos, posando mis labios en sus mejillas.

No contesto a la pregunta.

Ella me pilló matando a su estúpido gato, un animal que no servía para nada, solo hacía ruido con sus asquerosos maullidos cuando intentaba dormir, y me arañaba cada vez que trataba de acercarme.

Nadie tiene el derecho a producirme dolor. 

Se acabó ser la víctima, ahora yo soy el verdugo. 

Mamá me pone un trozo de pastel en el plato, sirviendomelo, no entiendo como esa vieja inútil ha podido hacer una tarta, si a penas se mueve, ya sé, seguro se la pasó dándole órdenes a mi madre para que la hiciese a su gusto y ahora se lleva el mérito.

Ah, algunas cosas no cambian.

Clavo la cucharilla en ella, saboreandola lentamente, el cuchillo junto al pastel reposa sobre la mesa, cubierto su filo por el sirope de fresa, mis manos empiezan a temblar.

SCHIZOPRENIA✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora