SCHIZOPRENIA✔

Capítulo 11: Doctora Hanse.

Alan

Deambulo por la casa con las luces apagadas, recuerdo que cuando era niño me daba miedo hacer esto, siempre llamaba a mamá en mi necesidad de ir al baño o cuando tenía pesadillas. 

También cuando le veía a él, ese niño exacto a mi,  ese reflejo que me susurraba cosas absurdas e inquietantes, además de retorcidas.

Ya no tengo esos miedos, y no sé si es porque he terminado siendo más fuerte, o si porque al final, ellos ganaron la batalla, y Alan, se ha convertido en un monstruo.

Cada reflejo en los cristales de los muebles, ventanas, espejo, etc, me devuelve la imagen de Schizo, sonriéndome pletórico, él está feliz de haber conseguido la libertad, pero yo sigo estresado, malhumorado, enfadado. 

Siento que por mucho que luche o haga, ya nada podrá hacerse para que todo sea como antes, Dakota no está, no sé como encontrarla, y tampoco sé si ella volverá a ser la misma, mi padre a muerto, y mi madre ha desaparecido para siempre.

Todo es una gran mierda.

Suspiro.

—Mmm...¡Mmm! ¡¡Mphrf!

Esos jadeos me recuerdan que no estoy solo en casa, tengo compañía, y es de mala educación dejarle sin atender por tanto tiempo.

Dejo los papeles del centro de salud mental sobre la mesa, son el alta de Margaret, firmados por la Doctora Hanse. 

En realidad, ella llevaba estos documentos en blanco en su carpeta cuando la secuestré, de regreso a casa, demasiados años escuchándola hablar como para no saber ya de memoria cada uno de sus perversos juegos, como incluso jugarse el alta en casa a cara o cruz, mientras fumaba y bebía vino.

Para ella nunca fuimos más que ratas de laboratorio.

Pero ahora las cosas han cambiado.

Abro la puerta que conduce al sótano, enciendo la luz cubierta de telas de arañas, hay mucho polvo, chatarra, cosas que no sirven de nada, herramientas y los restos de un coche que mi padre quería arreglar. 

Hanse está sentada en el centro del garaje, amarrada a una silla, amordazada.

—Sí, lo sé.—Tomo otra silla de madera, sentándome frente a ella, comienzo a hurgar en una de las cajas de herramientas.— Es una mierda no poder hablar, no poder moverse, estar a oscuras, entre cuatro paredes, sintiendo que la vida se te escapa y no puedes hacer nada. —Suspiro, mirándola a sus aguados ojos, con el rimel corriendo mejillas abajo.—Agonioso ¿no cree, Hanse? 

Hablar solo es aburrido, así que decido quitarle la mordaza.

—¡Sácame de aquí!—Vocifera, echa una furia, contemplar su carácter incluso en una situación como esta me resulta excitante, debo reconocer que es una mujer valiente.— Ya tenías lo que querías, Alan.

—¿Ah sí? —Se me cae un tornillo al suelo.— ¿Qué es lo que yo quería según usted, Doctora Hanse? 

—La libertad de esa vieja, ya te he rellenado los papeles, puedes ir y sacarla ahora mismo del centro, y olvidarte de mi para siempre.

—Hanse.—Bostezo, estirando los brazos.— ¿Cómo se olvida a la mujer que te ha maltratado física y psicológicamente durante diez años? El ser humano no tiene una capacidad de perdón tan amplia. 

Ella frunce el ceño, suspirando agitada, muerde su labio inferior y maldice, pataleando.

—Así solo conseguirá hacerse daño, Doctora Hanse.