XXII

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Vergüenza.

Es eso lo que siento en estos momentos.

Y el sentimiento se manifiesta en mi cuerpo, en forma de rubor en mis mejillas y la incapacidad de mirar a la gente a la cara.

Estamos todos sentados en la mesa del comedor en casa de los Weasley y Fred, mi madre, Remus y Minerva McGonagall miran, sin disimulo alguno, la marca morada que es visible desde el cuello de mi blusa. Draco aludió al viejo pretexto, sin fundamentos, de que yo acaparaba muchas miradas, por lo que esta tarde de sábado, mientras supuestamente dormíamos una pequeña siesta, succionó la piel del lado derecho de mi cuello tan rápido y tan fuerte como pudo, antes de que yo gritara y lo botara de la cama; antes de venir a la reunión con la orden, mientras ordenaba mi cabello, fui consiente del color que estaba tomando la fresca marca, y debido a la escasez de tiempo no pude hacer mucho más que esperar que la blusa lo escondiera.

Pero no fue así.

Y ahora me planeo seriamente como asesinar a un hurón.

Fred, frente a mi, no deja de mirarme. Aun cuando Lee Jordan le da un codazo o le pisa los pies por debajo de la mesa. Fred no saca sus ojos de mi marca, y aquello me aterra y me incomoda al mismo tiempo. Remus me lanza miradas discretas y puedo ver la molestia florecer entre sus cejas, y se que desde el trágico día en la Torre de Astronomía, él no está muy a favor de mi relación con Draco, mas sabe que mucho no puede hacer. Mamá y la profesora McGonagall me miran con una mezcla de ternura y suficiencia, se que la profesora de transformaciones nos ha visto de vez en cuando, en los momentos en que él me roba pequeños besos mientras caminamos por los pasillos, en mis rondas de Delegada o cuando estamos en clases y nos sentamos juntos.

Kingsley hace sonar su garganta, y mira a los gemelos Weasley y a Lee. Ante el reclamo de estos por no hacer nada productivo por la Orden, se les ofreció "dirigir un programa radial", no autorizado, con la esperanza de que Harry, y todos los que estábamos en contra del régimen supieran que aún seguíamos peleando, que seguíamos ahí, que no nos habíamos rendido. Los tres se miran entre sí y asienten al mismo tiempo.

Trío de raros.

La señora Weasley comienza a decir algo, cuando un calor se expande en mi pierna derecha, a la altura del bolsillo del pantalón negro que visto, y sé que no significa nada bueno.

Saco la moneda del lugar, y reviso el lugar donde debería ir escrito el numero del duende que la acuñó.

Ahora.

Subo la vista al resto de la orden, y los sorprendo mirándome con una mezcla de curiosidad y ansiedad. Silbo, haciendo que Hestia- quien ha estado parada en lo alto de un mueble- baje hasta mi hombro y me mire esperando la señal.

-Algo ha pasado en Hogwarts- digo mientras la profesora McGonagall se levanta de su silla y se posiciona a mi lado. Kingsley asiente y el calor nos invade a Minerva y a mí.

Segundos más tarde aparecemos en mi habitación, mas no nos quedamos mucho tiempo ahí, y nos encaminamos a la oficina del director.

Los últimos días de Septiembre, las líderes de la resistencia- Neville, Ginny, Seamus, Luna y yo- habíamos establecido como primera misión, recuperar la espada de Godric Gryffindor del despacho de Snape, ya que según lo que Ginny nos había dicho, Harry la había heredado de Dumbledore pero el antiguo ministro le había negado el derecho.

Ginny afirmó que Harry, Ron y Hermione la necesitaban, ya que durante su estadía en La Madriguera, se habían pasado un buen rato exclamando lo injusto e inoportuno que fue aquello. Yo había sabido por parte de Draco, que casi de manera paralela los mortifagos estaban teniendo una junta con Voldemort así que Snape y los Carrow se encontraban fuera de Hogwarts, asimismo Draco. Yo sabia muy bien que no se pudieron aguantar las ganas de recuperarla, aún así cuando yo les indique que debían esperarme.

Encontrarlos siendo escoltados por los Carrow hacia el patio central del colegio no era exactamente lo que planeábamos con McGonagall encontrar cuando dábamos la vuelta en uno de los pasillos del cuarto piso.

—¡Amycus! ¡Alecto!- grita McGonagall- ¿Se puede saber dónde están llevando a mis alumnos!

—Tus alumnos, Minerva- dice Alecto con falsa emoción- han sido descubiertos en el despacho del director robando uno de los artículos que pertenece al colegio.

—Deberían detenerse- sigue la jefa de Gryffindor- porque los castigos de estos jóvenes están bajo mi tutela.

—¿Está cuestionando nuestros métodos?

—Tan sólo les refresco la memoria.

Alecto para en seco y se gira a mirarnos con la furia clara como el agua en sus facciones. Actymus le murmura que siga caminando y eso hace su hermana unos segundos después.

Llegamos al patio y mágicamente todo el colegio- o gran parte de él- está apiñado de forma irregular abriéndose paso para dejarle vía libre a los Carrow con sus presas.

Los mortífagos hablan, mas hago oídos sordos. No oigo nada. Mi mirada está fija en Seamus.

Creo que jamás, en todos los diecisiete años que llevamos siendo amigos lo había visto tan asustado. Ni cuando su madre preguntaba qué había pasado con su jarrón favorito, o porqué había un gran agujero en el techo luego de un mal intento de Seamus por jugar quidditch. Nada se compara con el pánico en sus ojos. El pánico que me transmite cuando sus pupilas miran a las mías.

—Crucio- las voces de Alecto y Amycus hablan simultáneamente y Neville junto a Seamus son los primeros en estremecerse. El grito de dolor que sale de los labios de Seamus me desestabilIza, me desespera. Mi cuerpo se tensa cuando su cuerpo cae de rodillas al suelo. Sé que voy a saltar sobre los Carrow, estoy aún más dispuesta a hacerlo cuando otro grito sale de sus labios.

Hasta que dos manos me sostienen de la cintura, no dejando que me mueva.

Intento luchar contra ellos, porque Seamus esta sufriendo y no puedo ver esto y no hacer nada por salvarlo.

Pero esa persona es Draco, y me gira el cuerpo, haciendo que mi cara quede en su pecho. Pone sus manos en mis oídos e intenta tranquilizarme, justo en el momento en que el grito desgarrador de Ginny llena el cielo.

Can't Hold us (DM-3T)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora