CAP 60- Olvídame, Ángel.

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PUNTO DE VISTA DE

Isabella Marie Hans nació en la madrugada del 14 de noviembre

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Isabella Marie Hans nació en la madrugada del 14 de noviembre. Mi madre me dejó elegir el nombre, y cuando me permitieron cargar a aquel diminuto ser, me sentí más maravillado que nunca. Mi madre, acostaba en la cama de hospital nos contemplaba como si fuésemos el mejor cuadro.  Vi que el sobre amarillo que contenía el dibujo estaba sobre su mesa junto a los montones de flores que había recibido por el nacimiento de la bebe.

-¿Porqué querías tanto aquel dibujo?- pregunté sintiéndome curioso por aquel detalle.

Vi que mi madre dudo antes de responder, pero lo hizo, con lágrimas en los ojos.

-Fue la última vez que me dijiste que me querías. Lo guardé durante años para no olvidarlo nunca.-

Cuando esas palabras salieron de su boca mi corazón se detuvo.

Nunca, en todos estos años, le había mostrado el más mínimo afecto a mi madre, demasiado sumergido en mi propio sufrimiento. Convencido de que el amor era solo una debilidad que debía eliminar. Miré a la niña que aún descansaba en mis brazos y me di cuenta de que había estado tan equivocado, concentrándome en todo lo que la vida me había quitado y no en lo que me daba.

-Te quiero.- susurré. Dejando entender qué aquellas palabras eran tan validas para ella que para Isabella. Una enfermera me pidió que saliera de la sala unos minutos después, y me senté en la silla del corredor con una sonrisa, diciéndome que aquel momento era para mí un nuevo comienzo.

-Nunca te olvidaré, Elizabeth- dije para mí mismo, deseando que aquellas palabras pudiesen llegar al cielo.

PUNTO DE VISTA DE

Me senté en el sofá junto a Ziel que intentaba elegir los colores de las rosas que se utilizarían el día de la boda

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Me senté en el sofá junto a Ziel que intentaba elegir los colores de las rosas que se utilizarían el día de la boda. A pesar de qué se trataba de una gran ocasión, lucia relajada y feliz, como si estuviese en una burbuja.

-¿Qué curré?- preguntó sin siquiera tener que mirarme para saber que algo me agobiaba.

-¿Cómo sabes cuando debes renunciar a algo?- pregunté haciendo que su mirada se desviara a mí.

-Nunca renuncias a algo si realmente está atado a tu corazón. Pero a veces, las cosas no suceden en el buen momento y el tiempo es el único que puede decidir-

Asentí ante aquellas palabras que me parecían sabias y llenas de experiencia.

Tiempo.

Con aquella palabra en mente, salí al jardín, dejando que el frio de invierno congelara mi cuerpo. Me senté en una silla sin preocuparme por la temperatura y me quedé observando las flores que habían muerto por el frio. El tiempo se las había llevado.

Aris y yo simplemente no habiamos ocurrido en el buen momento, y aquel pensamiento me consolaba y me arrullaba del caos de mi cabeza, trayéndome tranquilidad.

Pero no me arrepentía de nada, y nunca lo haría. Porque había aprendido, había ganado y perdido. Había entendido que la vida no es solo blanca, pero también negra, y que era aquella oscuridad la que nos permitía apreciar la luz. Había aprendido que no todo es lo que parece y que aunque lo intentemos, nunca se termina de conocer a una persona. Porque todos somos misterio. Misterios y secretos escondidos en el ático del alma.
Decidí concentrarme en lo que vendría, en mi futuro, lo que realmente quería, en vez de agobiarme por un pasado que era solo eso. Pasado.

La idea de que Aris probablemente me olvidaría, tal vez en un año, tal vez en dos, me entristeció terriblemente, pero yo por mi parte, sabía que atesoraría lo que me había enseñado para siempre y deseaba más que nunca que fuese feliz.

Lentamente, empezaron a caer copos de nieve del cielo, y maravillada por aquel espectáculo, abrí mis manos para que alguno cayera sobre ellas.

Luego de unos minutos de contemplación, me puse de pie y me adentré a la casa nuevamente. Tomé de una mesa algo de papel y un lapiz para escribir dos sencillas palabras.

Una vez hecho eso, salí de la mansión, y bajo el cielo gris y sobre la nieve blanca, emprendí un camino que conocía de memoria.

Empujé la puerta que permitía la entrada a la inmensa biblioteca y me dirigí al tercer pasillo de la izquierda. Justo frente a las obras de de Oscar Wilde.
Tomé el único ejemplar del Retrato de Dorian Gray, mi libro favorito y el de Aris, y escondí el pequeño papel entré de sus páginas, sabiendo que tarde o temprano, como le era costumbre, Aris vendría y tomaría aquel libro para leerlo por milésima vez.

Leí el mensaje en voz alta por última vez antes de darme la vuelta y dejarlo allí.

-Olvídame, Ángel.-

Olvídame Ángel (Completa) #OLVIDADOS#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora