Capítulo 45

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Al fin llegó el sábado y mi adrenalina estaba al cien por los planes que tenía para esa noche.

El miércoles que regresé a casa, me di tiempo para hacer una llamada a un viejo amigo que era muy popular en mi antigua escuela.

Era hijo del mismo demonio, siempre hacía bromas pesadas llegando casi al límite.

Debió ser un niño hiperactivo, pero por una extraña razón, él y yo nos hicimos buenos amigos, al grado de deberme un par de favores, por lo que decidí cobrarle uno.

Al día siguiente recibí un pequeño paquete en la puerta de mi casa, me había explicado con detenimiento las instrucciones y las advertencias del uso del producto.

Miré con mucha curiosidad y fuerte tentación la pequeña cajita transparente con dos minidosis de venganza letal. Las saqué con sumo cuidado para guardarlas entre la funda de mi celular como lo aconsejó.

Eran dos laminitas tan delgadas y finas que cualquiera diría que eran pequeños insignificantes recortes de una hoja de acetato, pero su efecto era peligroso.

Guardé todo y salí de mi habitación cuando mamá gritó para que bajara a desayunar. Ella y la tía Raquel ya servían el desayuno, hablaban de algo que no escuché porque de inmediato cambiaron su atención a mí.

—Cariño, tu tía saldrá a realizar sus diligencias, pero llegará a tiempo para preparar la cena —dice mamá mirando a su hermana para que corroborara lo dicho.

—El lunes regreso a México y estoy con el tiempo justo. Solo imaginarme lo tedioso que se vuelve el check in, me dan ganas de no llevar nada porque tengo la suerte de perro pinto —dice sirviéndome una taza de canela —cada que paso por el maldito aro de seguridad, el botón marca rojo, hasta parece de adrede.

Mamá ríe divertida al escucharla.

—Dime que no te tocó el botón rojo de venida —mi tía asintió apretando una risita, se acomodó en su silla y nos miró con travesura.

—Imagínate, tres varoniles y sensuales guardias con guante en mano abriendo mi enorme maleta roja —ambas hermanas explotaron a carcajadas.

—Me hubiera gustado estar ahí —mamá sacudía la cabeza, divertida.

—Tina, si tú hubieras estado ahí, te mueres de la vergüenza.

—Tal vez en ese momento hasta hubiera negado que te conocía —mamá volvió a reír al dejar su taza sobre la mesa —pero hubiera sido divertido verte en esa situación tan incómoda.

—Oh, no hermana. La incómoda situación nunca existió para mí. Cada que los guardias sexis hurgaban más profundo, ellos eran los que me miraban abochornados mientras yo les explicaba con lujo de detalle para qué se usaba cada cosa —hace una pausa para beber de su taza —por su puesto, yo había dejado lo mejor hasta el fondo de la maleta. Imagínate sus caras cuando los descubrieron.

—¡Por Dios! —mamá se tapó la boca sin poder contener la risa.

—Uno de los tres guardias se llama Guillermo —continuo mi tía— después de cerrar mi maleta y ayudarme con ella para tomar el carrito que me llevaría hasta mi andén, me dio su número telefónico.

—Raquel, tú no te atreverías a eso —Mamá dejó la diversión a un lado para mirarla atenta.

—Sí —afirmó ella.

—Dios, tú siempre serás Raquel —negó mamá con la cabeza, pero para su hermana eso fue un alago que la hacía sonreír feliz.

—Tengo sus esposas de recuerdo —Mi tía me dio un guiño cómplice y a mí se me salió el té de canela hasta por los oídos cuando caí en cuenta.

𝑻𝒆 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐 𝒂 𝒕𝒊 [+𝟏𝟖] [Próxιmᥲmᥱᥒtᥱ en librerías]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora