16. Para conocernos mejor

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Francesca

Durante la comida dialogamos del proyecto, él preguntaba algo yo respondía, de vez en cuando se inclinaba hacia la mesa, extendía un documento y me pedía que lo explicase; lo contestaba con plena seguridad. Dejé de lado lo que me dijo, después de todo, no estoy aquí para entablar charlas más allá de lo que al trabajo respecta.

Al finalizar, intento tomar un poco del vino que me sirvió el camarero, tiene un sabor exquisito, sin embargo, me reservo a no ingerir mucho, a diferencia de señor Bathory quien lo bebe como si fuera agua. Miro la hora en el reloj de pulsera que tengo, ya casi es tiempo de que vuelva al trabajo.

—Señor Bathory, tengo que volver —enuncio. Me detalla en silencio por varios segundos, como si pensara lo que me dirá—. Solo lo digo para saber si seguiremos dialogando para avisar que volveré tarde —repongo, esperando comprenda. Contrae con ligereza el ceño, entornando un poco los ojos, en un gesto meditativo.

—Está bien, puede marcharse, yo me quedaré un rato más —resuelve decir, sin ser descortés, con total calma que hasta me parece irreal.

Se pone de pie mientras extrae su celular y llama a su chofer. Ávido va hacia mí mientras me incorporo del asiento, ayudándome a correrlo. Como antes, posa su mano en mi espalda, a la mitad. Por fortuna mi cuerpo se controla, no reacciono a su toque pero por dentro los nervios se disparan, sobre todo en mi pecho, como esa sensación de que algo siniestro te observa desde la sombras, solo que este algo está a centímetros y no es siniestro, sino incierto, entre misterioso y atento.

Su tanteo ligero se desvanece cuando rodeo el asiento y me acomodo a la par. Caminamos uno al lado del otro hasta la salida del restaurante, Víctor avisa a la recepcionista que volverá.

Estando afuera, esperamos en silencio unos minutos mientras llega el coche. Víctor continúa hablando por teléfono con alguien más, tal vez asuntos de su trabajo a los que no le presto importancia. El auto llega, él corta la llamada y camina conmigo hasta la puerta de los asientos traseros, se adelanta para abrirla. Se gira para encararme, con total seguridad da un paso hacia mí; quedamos a centímetros de distancia, me obligo a alzar la vista para encararlo. Desde mi posición su altura se hace más imperante, sintiéndome acongojada, sensación que se aparta al considerar la clase de hombre que es.

—En estos días estaré de vuelta en la constructora, espero lo que le pedí, por lo menos lo preliminar —comenta, sin alterar su frígido rostro, con esos ojos oscurecidos de vuelta, fijos en los míos.

—De acuerdo, señor —contesto con un breve asentimiento de cabeza, manteniendo inalterable mi expresión.

Acorta los centímetros que nos separan dando un paso para inclinarse hacia mí. Me paralizo cuando extienden su mano para retirar el cabello de mi rostro, apenas rozando sus dedos contra mi mejilla para despejarla. Tenso la mandíbula; aproxima su rostro al mío, tomándose su tiempo, sin despegar su profunda mirada de la mía y cuando está cerca, deposita un beso en mi mejilla, haciendo que por poco cierre los ojos cuando su aliento golpea mi piel, colándose su colonia en mis fosas nasales mezclada con el olor del vino. No bastando eso, se acerca un poco a mi oído, dando palabras cálidas que estremecen mi espina dorsal, mandando una corriente que me pone rígida, reacción que por fortuna no hago evidente.

—Hasta luego, Francesca —murmura, con la voz más grave, aterciopelada, como si acariciara las palabras.

Enseguida se aparta, tomándome ese segundo para reaccionar. Hasta ese momento me doy cuenta de lo precipitado que bombea mi corazón, sintiendo el rostro acalorado. Me obligo a despejar esas sensaciones. Me desconozco; ¿cómo puede un hombre como él ponerme así de alterada, inquieta e irritada? Es irrazonable, considerando el cómo se comportó antes conmigo.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora