45. Más de mí

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Francesca

Su mirada no se desprende de la mía ni un segundo, solo cierra los ojos de vez en cuando al darle un beso en los labios o cuando mis manos se deslizan por su espalda, erizándose cada centímetro a mi contacto. Admito que me gusta verlo así, determinado, sin perder la concentración, sin dejar de ser intimidante cuando lo que está impartiendo para los dos es placer. Es solo que esta faceta la desconozco pues antes no se mostraba así conmigo.

De un momento a otro cambió, se volvió más atento tanto en el trabajo como en la cama, pero a su vez se porta distante, como si ser cortés conmigo lo descompensara, y para poner peso en la balanza se mostrara reticente, diría que hasta indiferente.

Estar con Víctor es como tratar de armar un cubo Rubik; mientras duras eones tratando de armar una cara, terminas arruinando las demás, confundiéndote tanto que te frustras y dejas esa cosa sin resolver. Vuelves a intentarlo; armas dos caras, tal vez tres, pero no encuentras el modo de resolver las que faltan y así mantienes, en un vaivén de emociones que no puedes descifrar.

Así se mostró conmigo en esta ocasión, me invitó a cenar, preguntando de más y revelando poco de él. Me escuchaba, me daba opiniones así como yo le brindaba consejos cuando me hablaba de problemas que tenía en el trabajo. No quería admitirlo pero estábamos llevando una relación como de dos colegas pues iba de muchas formalidades solo que, al momento de estar a solas, ese frígido hombre de negocios pasa a segundo dejando a un sujeto apasionado, atento en cada detalle.

Cuando llegamos a su apartamento no demoró en alzarme en brazos cual dama de cuento para llevarme a su cuarto. Como en otra ocasiones se tomó su tiempo quitándome el vestido, deleitándose de cada caricia que le daba y de los besos que nos permitimos. En todo ese tiempo sus caricias fueron tersas, tan exquisitas que me hicieron cerrar una y otra vez los ojos, mordiéndome el labio para reprimir las ganas de desatarme ante él. Su boca es prodigiosa, succionando lo suficiente para provocar, mordiendo lo necesario para encenderme, lamiendo lo indicado para hacer que libere sin contenerme uno que otro gemido que calla con un tierno beso.

Sin darme cuenta, sumida en el manto de placer que nos cobija, en sus orbes mieles que intensos me hipnotizan, se desliza entre mis piernas. Hasta ese momento me doy cuenta que estamos desnudos, él sobre mí, listo para tomarme. Así ha sucedido en estos últimos encuentros donde pierdo noción de todo, dándome cuenta de dónde estoy cuando siento como su dureza me llena entera y así pasa justo ahora; Víctor, apoyando su peso sobre un brazo, toma con su otra mano su erección de la base, acaricia con la punta un par de veces mi intimidad que está humedecida por las caricias que impartió con su boca.

No me había sentido así antes, deseosa porque un hombre me tome, más aún cuando ese hombre no muestra deseo sino una convicción impropia, como si esperara más que placer. Tiene la boca semiabierta, su frente apenas ha empezado a sudar, su cabello desordenado en conjunto con su estilizada barba lo vuelven irresistible, su respiración está agitada pero lo que me atrapa son esos ojos oscurecidos, intensos que intimidan y a la vez te invitan a que te dejes atrapar. Percatándose de su boca abierta, tal vez reseca por ello, la cierra pasando saliva sin dejar de verme. No quiero considerarlo pero me mira distinto, no solo esta vez sino también las anteriores, como si quisiera más de mí, más que solo sexo...

Me obligo a apartar esos pensamientos pues mis intenciones con él no van de eso, así que para quitarme la duda que está a nada de no dejarme disfrutar de este momento, alzo un poco la cabeza para atrapar sus labios con mi boca, un beso que no se espera, y yo tampoco pues siendo el incentivo que requiere su erección me penetra entera, sin previo aviso, haciendo que gima contra sus labios al tiempo en que el emite un gruñido.

Lo siento tan duro en mi interior, cuando se mueve lento, en esa fricción deliciosa que me obliga a mandar la cabeza hacia atrás, gimiendo de a pocos cuando sus arremetidas son cada vez más poderosas y aceleradas. Una de sus manos apresa uno de mis senos con total cuidado, apretando con delicadeza mi pezón que me muerdo el labio inferior ante las corrientes de dolor placentero que se disparan por ese efusivo pellizco. Su boca saborea mi cuello; succiones delicadas imparte, todas con la intención de encender el deseo y lo consigue cuando mis piernas apresan sus caderas y mis manos ávidas se deslizan desde atrás de sus hombros, acariciando esa ancha espalda que me abstengo de arañar. Me cuesta ser agresiva, a veces lo hago, solo que me gana más el pudor pues no soy así, sin embargo Víctor no se mide conmigo. De repente se aleja, apoyando sus manos a los costados de mi cabeza, con los brazos estirados.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora