24. Los errores que cometen los padres

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Torrance

Trato de serenarme, solo que saber que más malas noticias me esperan y que son referentes a mi madre y Víctor desde ya me deprimen.

El vídeo apenas se reproduce me comprime el corazón por la primera imagen que salta. Es mi madre que sale en pantalla, se encuentra en casa, incapacitada para trabajar por su aflicción cardíaca. Luce muy bonita, tiene una trenza que descansa en su hombro derecho y viste un pijama blanco con florecillas moradas. Sin evitarlo suelto un quejido, lloro cuando empieza a hablar. Ethan pasa su mano por atrás de mi espalda, sosteniéndome de la cintura acercándome a él, depositando un beso en mi sien.

—Hola, mi pequeña Tormenta —saluda con esa sonrisa cálida que siempre mostraba ante los demás, esa que invita a la calma. Sonrío por ello, escuchar de nuevo su voz me conmueve tanto que las lágrimas salen sin parar, mezcla de tristeza y felicidad por volverla a ver—. Recuerdo que me dijiste que querías que viviera hasta que me vieras como una pasa, pero, cariño, a veces la vida, aunque sintamos que no es justa, tiene su modo de hacernos entender que cada cosa que nos ofrece es efímera, que por eso hay que aprovecharla al máximo, que se va ante cualquier imprevisto y cuando menos lo esperas. Sé que no te gustan las despedidas, pero no encontré otro modo para que, el día que Dios decida que parta de este mundo, pueda despedirme con propiedad y sobre todo revelarte tantas cosas que quiero decirte, si es que mi enfermedad puede más conmigo que la posibilidad de que te las diga en persona.

En este punto no paro de gimotear, mi respiración es entrecortada, las lágrimas salen y salen sin que pueda retenerlas, obligándome a cerrar los ojos pues soy incapaz de mezclar su imagen con su voz. Duele demasiado, tanto que creo el corazón se me desgarra, haciéndose tirones. Ethan a mi sigue acariciado mi costado, chistando en un leve arrullo como un modo para que me calme. Oigo que para el vídeo, me obligo a abrir los ojos para saber qué pasa. Deja de abrazarme, coloca la computadora al lado del asiento, se vuelve hacia mí y me toma del rostro, enjugando mis lágrimas con sus pulgares.

—¿Po-por qué l-la pa-paraste? —tartamudeo, sacando la voz como puedo, entre jadeos. Me mira afligido, como si se sintiera culpable de que esté así. Se acerca despacio, depositando un terso y corto beso en mis labios que alivia un poco mi trémula respiración.

—No me gusta verte así —explica, observándome a los ojos.

Doy un hondo respiro para apaciguar el llanto, cerrando los párpados. Repito el proceso varias veces hasta que consigo serenarme. Ethan sigue sosteniéndome del rostro. Vuelvo a sentir sus labios sobre los míos lo cual no solo me tranquiliza sino también me embelesa el corazón, mermando ese dolor que me produce el saber que mamá ya no está.

Le devuelvo el beso, despacio, dejándome llevar por la paz que me ofrece esa delicada caricia. Me hacía tanta falta sentirlo así de cariñoso; cada segundo que pasa el dolor del alma se aplaca a tal punto que solo es una leve punzada que me recuerda que aún debo terminar de ver ese vídeo.

Abriendo los ojos, le tomo con gentileza sus muñecas, pidiéndole que me libere y lo hace, dándole un beso en una de las palmas. Le dedico una media sonrisa, a la cual corresponde del mismo modo, dándome rápido un beso en la frente.

—¿Estás segura que quieres seguir? —cuestiona, entrecerrando los ojos, siendo inquisitivo.

Dando una honda inhalación asiento, igual mueve la cabeza en afirmación. Vuelve a coger el computador, colocándolo esta vez sobre la mesa de centro de la sala, corriéndola para tenerla más cerca, deja que el vídeo siga corriendo.

—Hace mucho tiempo quería hablar de esto contigo, pero por tu edad aun no creo que puedas afrontarlo. Es tan doloroso, me pesa mucho en la conciencia que... —Retira el rostro a un costado, viendo hacia la derecha a donde recuerdo hay ubicada una ventana, que justo en el vídeo permite que entre la luz del sol de la tarde por aquella habitación. Su bella imagen así como está, pareciendo esa guerrera de la vida que siempre me gustaba admirar, por poco me obliga a bajar la cabeza para volver a llorar, pero saco coraje de donde no tengo para continuar, apretando los puños contra mi regazo. Ethan me consuela, pasando su mano por mi espalda de arriba abajo. Mamá vuelve a mirar a la lente, tiene la vista empañada pero se encarga de opacar la tristeza detrás de esa sonrisa que siempre mostraba ante los demás, que la hacía ver indestructible—. Creo que nunca me alcanzará la vida para pedirte perdón por tantos errores que cometí de los cuales nunca tuviste la culpa.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora